No es nueva la afición de Ignasi Massallé por la lectura, así que resultaba imposible que no llegara algún día a escribir sus propios libros. Sucedió sin más, un buen día se sentó y empezó a componer Porque yo sólo quise a Triste, una novela de sentimientos apasionados y hondos sufrimientos que se convierte en su primera y prometedora publicación.
De tono introspectivo, la trama sitúa a Pablo en el punto de mira de toda la narración a través de sus propias palabras e impresiones, pues se trata también del relator de los hechos. Pablo, ahogado por un pasado todavía demasiado presente, le otorga al lector el conocimiento de su propia conciencia y el por qué de sus cuestionables actos. Y es que “tras la apariencia de una vida acomodada y una carrera de éxito, la infancia de Pablo esconde fantasmas que sacudirán su futuro y el de los que le rodean”, según reza la sinopsis. Porque la riqueza y las influyentes amistades de su entorno evidenciarán un enorme contraste con su inquieto mundo interior. En fin, mostrarán lo banal de ese universo en comparación con la inestable y siempre inquietante duda y autocompasión del protagonista.
Por eso la narración habla, como el propio autor destaca, de “la inevitabilidad de los comportamientos humanos, la sinrazón de los mismos”. Pablo es un devenir constante, vive en un perpetuo viaje a sus recuerdos y asume la inevitabilidad de todo aquello que, queramos o no, acontece en nuestra vida. Pero su gran desgracia es la falta de diálogo con ellos, el blindaje ante una fantasía que justifica cada uno de sus errores.
Por todo ello, Porque yo sólo quise a Triste puede definirse como una novela de alta carga existencialista y psicológica que se centra, principalmente, en ese mundo interior de los personajes. No es que los acontecimientos “mundanos” sean inapreciables o se encuentren exentos de importancia (al fin y al cabo, Pablo construye su mundo también en base a las personas que le rodean, como es el caso de la propia Triste o su exmujer, Laura), sino que las impresiones del protagonista a través de sus sentidos se tornan sobrecogedoras a ojos del lector.
Es lo que sucede con su relación con las mujeres, un constante dolor de cabeza que no emerge de lo que ellas puedan o no hacer sino de lo que él es capaz de sentir. Salvo por una de ellas: su hija Carlota, esa agua en el desierto que aliviará la pesada angustia de sentirse tan lejos de su otrora maravillosa esposa, de su fallida relación con su padre y la pérdida de una madre con la que tampoco tenía mucho contacto.
La historia gira alrededor, precisamente, de estos dos últimos hechos: la traumática constatación de que su familia estaba condenada a desaparecer. Se constitutía esta por un padre entregado al trabajo y una madre que se sabía en la soledad absoluta, abocada por ello a convertirse en fiel compañera del alcohol y las pastillas. Pero es la figura de su padre la que se revuelve en su interior, ya que a pesar de su insistencia en el papel de víctima descubriremos que Pablo “es más víctima de sí mismo que de su padre” y que “su deseo por superar a su padre le hace vivir en una contradicción constante”.
Son también destacables los escenarios en los que se desarrolla la novela. No en vano Massallé muestra un claro contraste entre la vida más activa y cosmopolita de Barcelona y la tranquilidad apaciguadora de las playas de la Costa Brava. De hecho, el propio protagonista tiene una casa en la localidad gerundense de Tamariu. Y es que las emotivas descripciones de Pablo acerca de estos lugares escapan a la asepsia generalizada de su discurso, esa que procede del dolor incurable de la víctima. Pero tampoco podía haber sido distinto, porque es en estos lugares donde consigue saltar la barrera de su indiferencia y saberse verdaderamente humano. Los escenarios se constituyen así como parte de la novela, se vuelven íntimos tramoyistas de todo cuanto se dice.
Además, Porque yo sólo quise a Triste tiene grandes tintes modernistas. No por nada el autor se dice seguidor de Fitzgerald, Hemingway o Faulkner, entre otros. Es quizás desde ese enfoque revelador desde donde pueda explicarse la profundidad de los personajes, la complejidad de una historia que, lejos de avasallar con terribles y catastróficos hechos, ahonda en las profundidades del ser humano y la forma en que este se relaciona con una realidad tan interpretable como ojos pueden posarse sobre ella.
Ignasi Massallé ha escrito una obra poderosa con el objetivo de todo gran libro: hacer que nos paremos a pensar si nosotros también nos encontramos entre esas líneas y en cómo llegamos hasta esos recovecos de nuestra propia alma, que guarda siempre más de lo que alcanzamos a ver. Una lectura impecable y absorbente que nos recuerda los problemas y logros que conlleva una vida.
Disponible en: Amazon
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