¿Es el avance tecnológico un hito en la historia de la humanidad? Sin duda lo es. La tecnología ha traído consigo una revolución descomunal de la vida y lo ha hecho a una velocidad gigantesca. Tanto es así que parece que el siglo XXI está repleto de medios, de posibilidades, y no necesita mirar al pasado.
La modernidad, en el sentido estricto del término, nos ha llenado de ruido y caos. Nos ha cambiado la convivencia, la cotidianidad y la perspectiva del mundo que nos rodea. Pero, realmente, ¿son ventajas todo lo que tales avances ofrecen? ¿Podemos olvidar a nuestros antepasados y continuar? Para los protagonistas de Perfiles de cebra, de C. C. Couto (Editorial Tregolam), está claro que no.
La señora Puga (Amalia), sexagenaria librera gallega, y su vecino de comercio, el señor Andrade, nos sumergen en un mar de recuerdos de un tiempo en apariencia vetusto, en el que lo realmente importante eran las relaciones, el contacto personal, la belleza de las cosas, la cultura. Es decir, para ellos la esencia de todo se encuentra más allá: en visitar, por ejemplo, librerías y entablar conversación con profesionales del sector (y no solo a través del comercio online y el teléfono) o en poner los ojos lejos de la pantalla, de brillo artificial de un smartphone.
En este sentido, la Coruña-Book-Store siempre ha tenido un aroma a librería tradicional, con un catálogo seleccionado con mimo y una clientela inherente, y Amalia se resiste a que eso cambie. Por el contrario, el anticuario de la brocante ha comenzado a adaptarse a la evolución del siglo XXI. Los dueños de ambos negocios solo tienen contacto en la calle Malaespina, en el trabajo, pero los une un armónico sentimiento de añoranza.
La historia nos la cuenta Julia, la empleada del señor Andrade, de veinticinco años. Ella nos enseña esta sensación que experimentan los protagonistas en 2016 y el punto de vista de las personas que los rodean diariamente, sobre todo sus familiares. Parece que el mundo explota con la modernidad, ¿nos parece cierto?
«Pero ¿se daba cuenta mi padre, al decir esto, de lo que significaba para un adolescente de 2016, nativo digital e hiperconectado, verse sin móvil, renunciar al chat aquel sobre la tierra hueca y sus movidas?»
De manera alterna, además, Julia relata la historia de Manuel García Amado, a través de los recuerdos del dueño de la brocante. Lo cierto es que todo está relacionado y la autora entrelaza perfectamente los hilos. Manuel es el artista que, bajo nuestra lectura personal, da sentido a la novela. ¿Por qué? La narración parte de un objeto extraño, llamativo y lleno de una fuerza indeterminada. Tal objeto es una escultura, presente en el escaparate del señor Andrade, del perfil estilizado de una cebra, y que Manuel talló con planchas de mármol de Pietrasanta a partir de haber visto unas pinturas primitivas.
Las esculturas de cebras representan, a nuestro juicio, el tiempo pausado, la civilización heredada y el miedo de aquellos que no olvidan a que los demás sí que lo hagan. El hombre tiene la obligación de avanzar, pero no puede omitir las «pinturas rupestres», el esfuerzo de los que construyeron lo que tiene, ni el compromiso y la responsabilidad de cuidar lo que le ha sido dado.
“En las piedras el tiempo está atrapado (no exactamente detenido, creo yo): son una presencia incontrovertible, la realidad en estado bruto”.
Con un lenguaje muy elaborado y un elegante gusto clásico, la autora se aferra al cuidado de la lengua para enfrentarse a neologismos, conceptos prestados y términos originados en este mundo globalizado. Su escritura nos hace ver que nos creemos “definitivos”, cuando el hombre antiguo siempre se había sentido inacabado, lleno de aspiraciones de futuro.
Es una obra para palpar, para degustar, para abstraerse. Sinceramente, Perfiles de cebra es un mundo lleno de referencias culturales, a libros que hemos leído y otros que quisiéramos leer, a arte, a hábitos que vamos dejando atrás. Y hay hueco para la modernidad, para los “ItBoys”, para el Whatssapp o el Snapchat.
Es un relato que nos invita, como lectores, a divertirnos; y, como personas, a pensar. En Galicia, en la Coruña, alguien le da vueltas a una idea que resume muy bien el filósofo Bernardo de Chartres: «Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes para ver más cosas que ellos y ver más lejos, no porque nuestra visión sea más aguda o nuestra estatura mayor, sino porque podemos elevarnos más alto gracias a su estatura de gigantes”.
Esta es una historia en la que todos tienen cabida, que empieza tanteando los límites y acaba por calarte hasta los huesos con su profundidad. Si te gustan las novelas entretenidas, llenas de erudición y con un contenido para largo debate, Perfiles de cebra te encantará.
Disponible en: Agapea, Amazon, Casa del Libro, ReadOnTime
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