Con la publicación de su primera novela, la escritora chilena A. B. Schneider, se adentra en la psicología infantil, haciendo una reflexión sobre la educación, las circunstancias sociales y el libre albedrío en Los niños terribles (Letrame Editorial).
La autora nos presenta el recorrido vital de tres personajes principales: Inés, Andrés, y Javier. Partiendo de un punto significativo para ellos en su infancia, seremos testigos del proceso evolutivo que sufre cada uno de los protagonistas hasta su edad adulta.
Ambientada como una novela coral, cada uno de ellos se forja en el libro como un protagonista absoluto en cada capítulo, cuyas vidas se entrecruzan por el azar.
Inés, una chica que sufre al creerse culpable de las muertes de su hermano y madre, es perseguida por fantasmas que se suman a una infancia de secretos y traumas mal llevados, envolviendo su adolescencia en un contexto de incredulidad y visitas a múltiples psiquiatras, que no logran hacer las preguntas correctas.
«Inés había intentado decirlo tantas veces. Había ido con su madre y explicado por qué se refugiaba en las estrellas, le había revelado la verdadera razón, tragándose la vergüenza y el miedo, solo para que Elena la mirara con espanto y la hiciera callar, exponiéndole las consecuencias que podía tener para todos oírla repetirlo y cómo la odiarían por ello. «¿Es eso lo que quieres?», aún resonaba la pregunta de su madre en sus recuerdos».
Javier, por su parte, al quedar huérfano de padre, descubre que su madre no lo quiere. El suicidio de un hermano idealizado por ésta y las aptitudes poco deseables en él mismo, derivarán en un camino accidentado para un chico que busca desesperadamente ayudar a los demás para ganar su lugar en el mundo.
«Javier, a sus ocho años, llegó a la conclusión de que era lo más razonable que su madre quisiera más a su hermano, y que él debería querer a Nicolás un poco más también… Tomó el recuerdo del amor incondicional de su padre como escudo y se dispuso a ayudar a su hermano a sentirse querido. Con cada muestra de desprecio por parte de Sofía, o indiferencia de su hermano, el escudo iría creciendo. Pero, a medida que ese escudo crecía, el niño héroe tras él se fue sintiendo menos digno de amor. El precio a pagar por su heroísmo, lo supiera o no, sería su propia autoestima, el poder que alguna vez lo había hecho sentir invencible».
Andrés, un chico de clase humilde cuya madre trabaja como criada en el hogar de una familia adinerada, entabla una fuerte amistad con la nieta del patriarca, Matilda. Su abuelo separará a los niños, provocando una serie de eventos que llevarán a Andrés a la búsqueda de un destino por el que deberá pagar con una ruptura emocional que marcará su vida más allá de lo que él mismo espera.
«Para todos fue comprensible que el adolescente no quisiera recibir las visitas de la mujer que lo trajo al mundo mientras estuvo hospitalizado- “Ella dejó que casi lo mataran”, decían- pero pocos entenderían la verdadera razón detrás de ello: “Me quiere, pero si me quedo, él me matará, y ella lo dejará porque no cree que merezca otra cosa… Si me quedo, yo mismo me convenceré de que no merezco otra cosa”. De algún modo, necesitaba romper el vínculo afectivo que lo destinaba a la muerte y huir era la única opción».
La infancia de estos personajes marcará en parte su etapa adulta, pero la autora también nos habla de la capacidad que tenemos cada uno de nosotros para influir en nuestro propio camino y alterar nuestro contexto. Así lo expresa Schneider: «Pienso que las circunstancias influyen, pero que es la actitud que tomemos frente a tal o cual circunstancia lo que nos define como amos o esclavos de nuestro destino».
Por tanto, Los niños terribles no solo trata del aspecto social, sino de la fuerza interior de que disponemos para cambiar nuestra vida y conseguir aquello que queremos.
Dividida en tres partes —como las etapas fundamentales de la vida— A. B. Schneider ahonda en los perfiles psicológicos de los personajes de forma ejemplar para mostrarnos un mensaje intimista, social, sensible y cuidado, dentro de una trama que se inicia desde lo conflictivo y el desorden familiar en la infancia para dar un salto en el tiempo en el que vemos la proyección de cada uno de esos niños en su etapa adulta.
«La satisfacción en el rostro de Javier ante su conquista, hizo a Andrés comprender que no era lástima lo que movía a Javier, sino su necesidad de ser un héroe. En el fondo era un chico bueno. Y se compadeció de él. En el mundo de Andrés, los chicos buenos no sobrevivían».
¿Tenemos siempre la capacidad de elección a pesar del contexto en donde hayamos nacido?
¿Podemos cambiar nuestro destino a nuestro antojo?
«“¿No crees en las señales?”. Hubo una vez hacía mucho tiempo en que Pablo quiso interpretar una señal… Creyó que una nuez aparecida de la nada se presentaba frente a él con un objetivo claro, que no podía ser casualidad, que el destino quería señalarle el camino, abriéndole la posibilidad de hacer las cosas bien por alguien».
Esos niños terribles que tenían todo en su contra, acaban construyendo su propio futuro, para lograr aquello que persiguen, incluso sin saberlo.
El relato tan bien articulado de A. B. Schneider, demuestra con firmeza una realidad pocas veces retratada en la literatura, a pesar de que ella misma afirma que «con el gran número de genios literarios que nos preceden, hay poco espacio para la originalidad».
Sin embargo, la narrativa de la autora es una de las grandes características que posee la novela, pero, además, el interés que genera la historia, pues nos habla también del alma humana, de las emociones y de todos aquellos espejos en los que podemos mirarnos como lectores.
La primera novela publicada de A. B. Schneider es un retrato profundo de la conducta y mentes humanas, así como de la libre elección y de cómo las heridas, por profundas que parezcan, no están condenadas a dejar huellas espantosas, si aprendemos a sanarlas reescribiendo adecuadamente nuestra historia.
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