Lo primero que se indica, al girar el libro y detenernos en la contraportada, es que la obra de José Manuel López Moncó está compuesta de treinta y tres relatos diversos. Es, por supuesto, una guía genérica, sin pretensiones, puesto que Hojas incendiarias (Editorial Tregolam) es, a su modo, un decálogo de narrativa en todas sus formas.
Sí, son treinta y tres relatos, pero en sus páginas el lector viajará de la mano de un escritor con oficio, que maneja la literatura en, digamos, prácticamente todas sus formas, y no le teme.
Pese a que se diga lo contrario, España es un país de novelas. La novela es un género tan omnipresente y de masas que corre el peligro de relegar el relato a un segundo plano, tan bendecido en otras regiones como América Latina. Sin embargo, el talento existe y está mucho más próximo de lo que se cree.
En Hojas incendiarias, José Manuel López Moncó cocina a fuego lento historias de todo tipo, desde clásicos de la intriga, ciencia ficción, psicológicos, costumbristas o cuentos, incluso, de aventuras.
Con extensiones variadas (acaso porque cada cuento, como cada historia, tiene un tempo único y no se pliega a ciertas normativas impuestas) o a través de unos pocos renglones, en los más breves, página tras página se pone de manifiesto el talento para generar emociones diversas, contrapuestas muchas veces: de las risas a las lágrimas, del enfado o la compasión, o a historias luminosas que se contraponen a otras que describen a la perfección la más inquietante oscuridad. Pero todas, como dice el autor, con un denominador común: «cada página transpira vida, pura vida».
Vida contemplada desde diferentes ángulos, con protagonistas muy distintos entre sí y que se ubican en lugares tan dispares como una habitación de hospital, el cadalso adonde el reo será ahorcado o el cajero automático refugio nocturno de vagabundos. De esta manera, acompañaremos a un hombre radio anunciando en voz alta la visita de Franco como si escuchásemos el informativo de la época, o a la esposa que reflexiona frente al marido moribundo y a la condena que fue vivir juntos. Reviviremos la historia del Padre Juan Crisóstomo de Sanvítores, o las celebraciones matrimoniales de una niña obligada a casarse con once años.
Como decía: un manual de instrucciones del disperso y contradictorio género humano.
Hojas Incendiarias es, posiblemente, uno de esos libros para presentar un taller de narrativa o escritura creativa, en la forma en que se puede crear un libro sin etiquetas ni encorsetado, que fluye libre sin una temática definida, pero que, en conjunto, es capaz de trasmitir un mensaje claro sobre la forma en que nos relacionamos, la soledad, la alegría, el hartazgo.
¿Es posible, acaso, transmitir toda la ternura (amor sin ningún tipo de condicionamiento, puro, etc.) en las pocas páginas en que una madre tiene como única preocupación dar de mamar a su bebé más allá de cualquier contratiempo? ¿O realmente se cree que para describir de forma verídica los prósperos negocios de tres narco-hermanos hace falta escribir tres tomos? El oficio del escritor (del verdadero), y aquí radica la belleza del relato corto, es llegar al nudo de la historia a partir de las emociones sin florituras ni atajos, como una flecha.
Para bien o para mal, Hojas Incendiarias, es un escaparate donde los mundos y los protagonistas que se convierten en reales, vibrantes y atractivos sobre un papel que arde en el aire y nadie se atreve a tocarlo.
Libro: Hojas incendiarias
Disponible
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