Vivimos tiempos convulsos, aunque seguramente esto siempre ha sido así a lo largo de la historia. Lo que sí es destacable es que, en los últimos años, nuestras preocupaciones han empezado a escapar de ese turbulento antropocentrismo donde todo mal empezaba y acababa en el ser humano. Así es, hemos sido capaces de desarrollar una sensibilidad que alcanza a comprender el sufrimiento que se les infringe a otros seres vivos, especialmente a los animales.
Er torito güeno, de Jon Ugutz, es la tercera publicación de este autor bilbaíno, y tiene mucho que decir al respecto. Este relato antitaurino se viste de novela para ejemplificar ese cambio en la conciencia de la sociedad que, de alguna forma, todavía no ha llegado a todo el mundo. Y es que el libro cuenta la historia de un fiel seguidor de la fiesta nacional que, sorprendentemente, un día se ve convertido en un toro listo para ser lidiado en la Maestranza de Sevilla.
Partiendo de esta máxima ética, desde la cual se busca forzar la empatía del lector, Er torito güeno se configura como una lectura analítica y consecuente con lo que busca defender. Esta forma de introducir la novela, comenta el autor, es del todo abrupta «pero directa, y la más incisiva de entender al prójimo la de convertirse de pronto en él». Pero Ugutz no se ha dedicado a enarbolar la bandera de la antitauromaquia sin más, sino que ha buscado la manera de mostrar la complejidad de un asunto para el que, parece, jamás se llegará a un consenso.
Por ese motivo ha recurrido también a las duchas figuras de Luis Benavente y Antonio del Real, dos personajes que a través de una acalorada conversación sobre la historia del toreo y sus distintas vertientes artísticas hacen por acercar al lector la pasión que genera todavía en mucha gente esta práctica. Aboga así por el entendimiento, por el acercamiento de opuestos desde el reconocimiento de la opinión del contrario. «Mi libro no es ni creo que debe ser un manifiesto ni un panfleto», explica en esta entrevista, «si conmueve conciencias creo que debe hacerlo desde un análisis exhaustivo de todos los espectros morales».
Ha sido a través de una exhaustiva tarea de documentación por la que el autor ha llegado a dominar con soltura la terminología relativa al toreo y acercarla así a través de los ojos de dos apasionados fieles del mundo taurino. Esto tenía una intención, como él mismo destaca: «ser honesto para ser creíble en el relato y no desvirtuar el mensaje principal con una crítica fácil de no saber de lo que hablo».
Analizándolo desde un espectro más amplio, Er torito güeno dibuja también una estampa fidedigna de la realidad de nuestro país, pero asume que los estereotipos nunca responden a lo que verdaderamente sucede en las calles, ni en los bares, ni en los hogares. Si hoy en día se azuza el debate y la ruptura entre los nacionalismos, estos tienen que aferrarse más que nunca a aquellos símbolos que los definen.
Es lo que ha sucedido con la «fiesta nacional», estigmatizada y apropiada por aquellos que se suponen reaccionarios, arcaicos, incluso salvajes en algunos casos. Pero este libro no se desenvuelve en ese argumentario simplista y superfluo de la realidad humana.
¿Y dónde deja, sin embargo, a todo un movimiento de concienciación social que ya no tiene pinta de dar un paso atrás? Sin duda, es el gran logro de este libro: las cuestiones morales que viran para un lado y para otro en esa discusión que se produce entre antitaurinos y taurinos (Ramis es otro personaje que irrumpe en la narración para dar pie al debate, después de que le reconozcan como un antitaurino que estuvo manifestándose al lado de la Maestranza de Sevilla) culminan en una defensa de la empatía que el propio lector, sin ayuda de nadie, acaba asimilando.
Esto es así gracias a la bien pensada estructura de la novela, a la hora de publicar el libro: la narración cruzada del debate y la del ya mencionado hombre-toro que introduce la historia genera una tensión inaguantable, pues él sabe que va a morir y que solo tiene una forma de salvarse: conseguir el indulto. Porque como el propio Ugutz explica, con su texto «reivindico, en última instancia, como actitud vital y aspiración de convivencia el ejercicio usual y cotidiano de la empatía».
Apostando así por el diálogo, Jon Ugutz consigue acercarnos, con su Er torito güeno, a tantas realidades como le ha sido posible. Aún así, mantiene siempre el foco en esa deriva histórica y social que nos ha llevado a contemplar a los animales como seres sintientes que deberían estar lejos del dolor de ciertas actividades humanas. Esta narración consigue su propósito, y lo hace a través de un debate bien definido y fluido que, sin duda, aúna las posturas más dispares.
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