“Baldoment llevaba dieciséis años en aquella fábrica, desde que ingresó al acabar la carrera de peritaje industrial. Le gustaba mucho más fabricar cochecitos y caballitos de hojalata, dotados de un mecanismo de cuerda, que atraían la atención de los pequeños que lo que le habían encargado. Ahora el producto era otro radicalmente distinto: iban a fabricar proyectiles para dejar a muchos niños sin sus padres”.
Baldoment no es un personaje principal de Casa Trona (Editorial Tregolam), como tampoco lo es su historia personal. Es más, podría pasar desapercibido en la lectura de este duro pero bonito relato. Hemos querido empezar esta reseña con estas palabras del narrador porque consideramos que el sentimiento que genera es, en esencia, la médula de la novela.
Casa Trona es la primera manifestación literaria que Vicente Martín Crespo comparte con nosotros, los lectores, y no podría haberlo hecho de una manera más cercana. Ilusiones truncadas, miembros de familias obligados a separarse, necesidad y hambre… Pero también una buena dosis de solidaridad, amistad y humanidad.
Dentro de un marco bélico, asistimos a la lectura de una ficción con abundantes dosis de experiencias biográficas. El argumento de la novela gira en torno a Roque Ronquillo y a su familia, quienes se verán inmersos en varios conflictos (con el conde, por el suministro de agua; con Maganto, por el abuso de confianza); problemas que marcarán el trascurso de los acontecimientos. Alrededor, nos encontramos en un fiel retrato de la cotidianidad manchega de la primera mitad del siglo XX y en una situación extrema de convivencia.
Del argumento extraemos que la historia de Casa Trona no es solo la de la familia de los Ronquillo, sino que se podría extrapolar a la de muchas familias españolas antes y durante la Guerra Civil (1936-1939). En otras palabras y haciendo alusión a nuestra cita del principio: es la voz de todas aquellas personas que hubiesen deseado fabricar juguetes para los niños y que, sin embargo, se vieron obligados a crear armas que dejarían a aquellos huérfanos.
Probablemente, una de las intenciones de Vicente Martín Crespo haya sido la de hacer de su relato un reflejo costumbrista y fiel, tanto de la época como del lugar en el que se hallan los protagonistas. Al menos esto es lo que llega con la lectura de su libro, casi crónica social. Somos capaces de imaginar esa Castilla la Mancha que tanto apasiona a Pedro Almodóvar: la amplia llanura, la tierra roja, los olivos color ceniza, las fachadas blancas y las casas llenas de humanidad en sus patios.
El paisaje rural de Casa Trona es un personaje más, con su significado, que siente y padece por todo lo que ocurre a su alrededor, por lo que les sucede a sus ciudadanos. Los personajes tienen problemas y se reúnen en sus patios; comparten sucesos en grupo y, en definitiva, hacen vida en común. Las circunstancias, la necesidad del escondite y de los encubrimientos, facilitan esa cercanía.
Incluso tiene su propio lenguaje: los regionalismos, los términos rurales, la vida en el campo, los negocios locales, etc. ¿Hay algo más identitario que nuestro dialecto? Nuestra manera de hablar, en parte, nos identifica. Y eso ocurre con los personajes de Casa Trona, incluido el ambiente.
Dice el hispanista José Escobar que “el costumbrismo, en su vocación por lo particular, quiere ser historia”. Y esta novela nos parece que es, precisamente, eso: cotidianidad que quiere ser (y es) historia. Además, una que parece que estamos olvidando: como si no nos hubiera ocurrido a nosotros, a nuestros padres, a nuestros abuelos.
Junto a la imagen de esa Mancha rural, el autor también nos esboza en más de una ocasión la de Madrid, en continuo estado de alerta. Se perfila la capital de los años previos a la contienda, el momento de la muerte de José Calvo Sotelo y se llega a 1949.
Casa Trona tiene su propia historia, su hilo narrativo. No obstante, no es esta la razón por la que consigue atrapar al lector. Por encima del relato, del nudo y del desenlace, hay una sensación humana (incluso desgarradora) que se mantiene ahí después de acabar su lectura.
Una buena herramienta empleada por el autor para conseguir llegar de esta manera es la visión del narrador. Es el protagonista quien cuenta los hechos, que son los que vivió su familia. El nieto de Josefa Flores graba los recuerdos de su tío abuelo Roque Montánchez para después poderlos narrar.
En estos recuerdos hay una larga lista de personajes (de hecho, el autor incorpora una relación de ellos al final del libro). Y, aunque pudieran destacar algunos como Josefa, Matilde, Torcuato, Nicomedes o Zugarrutia, entre otros, ninguno es más importante que aquella sensación de la que venimos hablando.
A través de todos ellos, se nos hace participes de las penurias que sufren y del abuso del poder en el que se ven envueltos. De cómo sobreviven a ello día a día, de cómo se saben en un presente y agradecen poder seguir vivos en él.
Llegamos a las últimas líneas de Casa Trona y no podemos más que pensar: “qué tan necesarias son este tipo de novelas”. Al final, por encima de bandos ideológicos, somos personas, y eso sí que no lo podemos olvidar.
Compartir esta información
Tregolam
Empresa de Servicios Editoriales. Agregador de #Concursos Literarios y Becas, #ServiciosEditoriales, #Noticias, #Entrevistas, #Literatura