¡Bienvenido, Javier! Nos hace mucha ilusión tenerte aquí de nuevo. Esta vez vamos a hablar de tu nueva novela Ruinas. Este libro publicado por la Editorial Maluma está ambientado en la época de la Transición española. Koldo es obligado a infiltrarse en prisión en uno de los grupos radicales del momento: la ETA. En medio del conflicto político y social que se vive, los encarcelados se unen para formar la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha) y buscar una amnistía para los presos comunes.
Esta novela ha conseguido que rememoremos acontecimientos tan duros como imprescindibles para entender la historia española. ¿Por qué decidiste escribir este libro?
Porque como bien dices, fue una época imprescindible para entender la España actual. Una época donde se pudo dar tanto un paso hacia la derecha como hacia la izquierda. Una época donde las viejas trincheras de la guerra civil parecían desperezarse aguardando una nueva remesa de muerte y dolor. Una época donde, para fortuna nuestra, una nueva especie de políticos en lugar de estrangularse unos a otros, decidieron estrechar sus manos. En lugar de dar un paso a un lado, apostaron por darlo hacia delante y avanzar juntos. Y avanzamos. Y, sin embargo, los más jóvenes parecen apostatar de aquellos logros azuzados por una nueva raza de políticos dispuestos a hacer caja a cualquier precio. Una casta de incendiarios a quienes nada importa usar a la gente como gasolina sabiendo que a ellos no les alcanzarán las llamas en caso de venir mal dadas. España ha alcanzado un nivel de progreso y bienestar como jamás en su historia. ¿En serio queremos repetir errores del pasado?
Como decimos, esta es una novela de ficción con altos tintes de realismo. ¿Te supuso un reto extrapolar la realidad al papel? ¿Consideras que es más difícil escribir sobre la historia o sobre desde la propia inventiva?
Siempre es más difícil escribir teniendo que ceñirte a un marco histórico. Al hecho de novelar, debes sumarle el cuidar, de manera más fiel posible, la veracidad más o menos demostrable de los hechos, el aspecto de los lugares años atrás, el vocabulario propio del período, o la mentalidad imperante de la época. Todo ello sin que afecte al ritmo ni a la trama de lo que, en suma, es una novela y no un ensayo.
Nos ha fascinado la construcción precisa y acertada de los hechos históricos en la narración. ¿En qué documentación te apoyaste para escribir la novela? ¿Te has encontrado con alguna fuente que haya manipulado los datos?
Me he documentado de muy diversas fuentes: del llamado «cine quinqui»; de novelas, en especial del autor Juan Madrid y del ensayo Cárceles en llamas, de César Lorenzo Rubio; documentales sobre la COPEL; he releído muy especialmente la prensa de la Transición. Escrita por periodistas tan comprometidos como atrevidos, no dudaban en lanzarse al ojo del huracán con tal de llegar al fondo de las cuestiones; me he basado además en mi propia experiencia personal. Aun cuando yo no fuera más que un adolescente en la época, la recuerdo con toda claridad. A esto le sumo el ser funcionario de prisiones, lo que me da acceso a un conocimiento del medio tanto por experiencias propias como vividas por compañeros o por presos. —En realidad, los hechos que llevan a prisión al personaje principal de mi novela, me los contó él mismo paseando por el patio de una cárcel—. Todos ellos sufrieron en carne propia no pocos de los hechos narrados. Esto reviste este relato de una perspectiva a ras de piel.
La novela comienza con el atentado de la de la cafetería Rolando en la calle Correo. Esta masacre fue revindicada por la organización criminal ETA. ¿Consideras que las implicaciones políticas son superiores a las sociales? ¿O por el contrario crees que ambas están estrechamente ligadas?
En este atentado en concreto, lo político y lo social son difícilmente separables. Fue el primer atentado indiscriminado de ETA, en una fecha tan temprana como 1974. Siempre se consideró que miembros del PCE estuvieron involucrados de una u otra manera en su realización. De hecho, varios militantes acabaron en Carabanchel encabezados por la escritora Eva Forest, conocida en los círculos de izquierdas como la loca. Todos los implicados, no obstante, quedaron en libertad tras la Ley 46 /77 de Amnistía, de rabiosa actualidad ahora mismo. Esa ley, junto al hecho de que ETA no reconociera su responsabilidad hasta fechas recientes, llevó a que los setenta heridos y trece muertos no solo no fueran reconocidos como víctimas del terrorismo, sino que fueron simplemente olvidados. Incomodaban a demasiada gente.
La COPEL reclamaba derechos como una sanidad efectiva, la supresión de castigos disciplinarios, un régimen de visitas digno o el acceso a la educación, entre otros muchos. Quizá el más importante fuera la abolición de las torturas que les infligían los funcionarios en prisión. ¿Crees que el motín de Carabanchel es entendible? ¿Crees que se han intentado camuflar estas vejaciones cuando se cuenta la historia de España?
Antes de nada, quiero señalar que ni las cárceles ni los funcionarios de la época tienen nada que ver con los actuales. Doy fe, pues yo mismo soy uno de ellos. Dicho esto, la COPEL no tuvo su origen en los malos tratos, que tampoco entonces eran sistemáticos, sino en el desengaño sufrido por los presos comunes cuando la Ley de Amnistía los dejó de lado. Se sintieron, y con razón, utilizados por los hasta entonces presos por cuestiones más o menos vinculadas a la política: ácratas, sindicalistas, terroristas de los diversos grupos existentes en la época (GRAPO, FRAP, ETA…) fueron los encargados de hacer el trabajo sucio y ver cómo se olvidaban de ellos una vez ser puestos aquellos en libertad. Estos presos, sociales, como les gustaba hacerse llamar, habían llevado a cabo una serie de motines para lograr mejoras en las duras condiciones de vida que sufrían los reos de la época. Fueron instigados y dirigidos por líderes políticos que les hicieron a cambio una serie de promesas que olvidaron tan pronto pisaron la calle. Frustrados y traicionados, reaccionaron con una furia y una ira que redujo a cenizas las cárceles de España. ¿Comprensible? No sé. Habría que haber estado en la piel de uno de ellos. No olvidemos que muchos de los amnistiados eran terroristas con muertos a sus espaldas, y muchos de los comunes, simples ladrones, homosexuales… Pringados, en resumen. De haber sido yo uno de ellos, creo que tampoco lo hubiera entendido.
En esta obra recuerdas los asesinatos del periodista José María Portell o del director general de Instituciones Penitenciarias de entonces Jesús Miguel Haddad Blanco, entre otros. ¿Crees que es importante narrar estos hechos para que no caigan en el olvido?
Absolutamente. La idea de escribir esta novela surgió cenando con amigos nacidos ya en democracia. Estos se quejaban amargamente de lo mal que se llevó a cabo la Transición, reproduciendo las opiniones de políticos actuales que tampoco la vivieron. Piensan que una manifestación es una fiesta donde tirar piedras a la policía y destrozar escaparates sin que ello les pase factura. En aquella época había un chiste que decía que la policía disparó al aire para disolver una manifestación y mató a dos enanos. Había muertos en las manifestaciones. Ser de izquierdas y salir a pegar carteles te podía costar una paliza o incluso la vida, como ocurrió en algunos casos, a manos de ultraderechistas. Los atentados por parte de diversos grupos de ultraizquierda estaban a la orden del día. No, no fue fácil. Costó sangre. España caminó sobre el filo de una navaja procurando no desangrarse. Y parece que una generación de revolucionarios de chalet y botellón desea revivir todo aquello. Luego sí, considero importante recordar aquellos hechos.
El personaje de Eva está dispuesto a cometer actos deleznables para alcanzar su objetivo. ¿Hasta dónde imaginas que puede llegar el ser humano por venganza? ¿Crees que su actitud es justificable?
Eva es un personaje traumatizado y torturado por un hecho terrible que marcó su adolescencia. Su afán de venganza la embarca en una espiral de violencia donde pierde la perspectiva de tal modo que todo aquel que se interpone en su camino es un potencial enemigo. O, a lo sumo, una víctima inocente fruto de la búsqueda de un bien de tal valor, que hace que toda vida sea prescindible. Simboliza el fanatismo, la fe ciega en unas ideologías más cercanas al pensamiento cero de algunas sectas. En estas, todos los que no son adeptos son pecadores que deben ser purificados mediante el fuego.
La cárcel de Carabanchel es el lugar histórico donde se produjo el motín de la COPEL. ¿Qué opinas de que se desmantelara la cárcel por completo y no haya quedado ningún vestigio como testimonio de su existencia? ¿Te hubiera gustado que se transformara en un centro de la memoria u otro lugar cultural?
Me parece el típico ejemplo, por parte de los políticos de este país, de desprecio por todo lo que no sea convertible en ganancia económica. No digo que hubiera tenido que conservarse el complejo al completo, pero sí al menos la cúpula, bien como un espacio dedicado a la memoria, bien como espacio multicultural, o ambas cosas.
Antonio González Pacheco, también conocido como Billy el Niño, fue un policía español en la Brigada Central de Información. En la novela, expones cómo torturó a los opositores para su propio beneficio. El año pasado, el Congreso de los Diputados acordó que se le retirasen las medallas concedidas en su carrera policial. Con este hecho, ¿estimas que este tipo de figuras siguen suscitando interés? ¿Crees que se debería actuar antes de que esas personas fallezcan?
No estoy demasiado de acuerdo con estas visiones revanchistas del pasado. Y, si se lleva a cabo, que se hagan en todas direcciones y no solo en la dirección que no es grata a ojos del gobierno de turno. Por ejemplo, mi novela arranca con el atentado de la calle Correo de Madrid. Trece muertos y setenta heridos.
Los autores materiales son conocidos. Son un matrimonio que vive en Francia. Fueron beneficiados por la Ley de Amnistía y jamás fueron perseguidos. Los ayudó Eva Forest y —vamos aquí a decir presuntamente porque su esposa sí fue condenada y liberada igualmente por la Ley de Amnistía, pero él no—, por su marido el dramaturgo recientemente fallecido, Alfonso Sastre. Según el atestado, señalaron el lugar, los acogieron en su domicilio y los condujeron en su propio vehículo hasta el lugar del atentado.
Este dramaturgo fue galardonado con el Premio Nacional de Teatro en 1986 y el Premio Nacional de Literatura en 1993, ambos con el gobierno de Felipe González, o el Premio Max de la SGAE en 2003. Repito: trece muertos y setenta heridos. Por cierto, cinco de los fallecidos eran mujeres. No he escuchado a la ministra clamar al respecto. ¿Deberían serle retirados todos esos premios? En fin, yo creo que nuestros gobernantes deberían preocuparse más de nuestro presente y futuro, y dejar de remover el pasado. Claro que igual es que su presente y su futuro ya lo tienen bien resuelto.
En esta novela has introducido personajes históricos con otros ficticios. Nos preguntábamos si te supone un mayor respeto ponerte en la piel de alguien real, como es el caso.
Sí, por supuesto. Imaginar las emociones de una persona real, poner en su boca palabras que igual nunca pronunció o sentimientos que tal vez nunca tuvo, supone un riesgo. Incluso más cuando, como es el caso de mi novela, alguno aún sigue vivo. O, si no él, sí sus parientes. Y estos pueden decirte «Eso no fue así» o «Él o ella, no hablaba de esa manera». Intentas, pues, apoyarte en los medios de que dispones: informes, escritos, imágenes y audios de programas de los setenta. Y, principalmente, el arma de todo escritor: sus propias vivencias y emociones.
Ruinas (2021, Editorial Maluma) es tu cuarta novela. Anteriormente has publicado Hijos de los hombres (2018, Editorial Atlantis), Tierra de hidalgos (2019, Ediciones Camelot) y La sombra de Bonnie Blue (2021, Editorial Librosindie). También has publicado artículos de opinión, una antología y un poemario. Con este perfil tan polifacético, no podemos evitar preguntarnos ¿de dónde sacas tiempo para escribir? ¿Qué ha supuesto para ti publicar el libro?
Con el tiempo ocurre como con el dinero: lo tienes si no lo malgastas. De todos modos yo juego con la ventaja de tener un horario laboral bastante peculiar y al que aplico además la disciplina que cuando competía usaba para el deporte, y que aún me aplico. Si tienes tres horas para entrenar, pues entrenas tres horas. Si media hora, pues media hora. Y escribiendo, lo mismo. El deporte y la escritura son eso: disciplina. Y del mismo modo que cuanto más entrenas, mejor compites, cuanto más escribes… No sé si mejor, pero más fácil y fluido te resulta la escritura. La palabra sería: pasión. Y también sacrificio. Supongo que el secreto es mezclar ambas.
En cuanto a qué supone para mí esta novela, espero que sea un punto de inflexión. Confío en que alcance una cierta repercusión y que atraiga el interés de alguna editorial de cierto peso. Esta es mi cuarta novela, todas en editoriales voluntariosas pero pequeñas y escasas de medios. Y en algún caso también de voluntad, la verdad. Escribir es una pasión, pero lleva mucho tiempo, mucho esfuerzo. Consume mucha energía e ilusión. De hecho, puede ser tan ilusionante como frustrante. Llega un punto en que te cansas de nadar sin alcanzar, ni atisbar siquiera, ninguna orilla. Aunque, de momento, sigo nadando.
Estamos llegando al final de la entrevista. Antes de terminar, nos gustaría dejarte un espacio para que compartas lo que quieras con los lectores.
Espero, principalmente, que disfruten con la lectura de mi novela. Pero también que les haga pensar. Que valoren lo que hemos alcanzado y vean cuánto podemos perder. Que dejemos de perseguir flautistas que, a poco la cosa se complica, salen corriendo hacia otros países donde viven un retiro dorado mientras el resto pagamos las consecuencias. A políticos que alientan cargar contra las fuerzas de orden público u ocupar viviendas, cuando ellos viven en chalets protegidos por esa misma policía que supuestamente tanto desprecian para no ser molestados por la plebe. A comportarse como en aquella vieja película de La invasión de los ultracuerpos y señalar al distinto. A ver fascistas por todas partes que, curiosamente, siempre son los demás, los que no piensan como uno. En resumen, que, al igual que ocurriera durante la Transición, la gente recuerde que puede usar sus manos para ayudarse a avanzar en lugar de buscar un leño con el que abrirse la cabeza como tan certeramente reflejó Goya. Escribir, por tanto, creo debe ser algo más que intentar entretener. Escribir llega un punto en el que debe llevar a pensar y a meditar al lector. A implicarse. Y que sea lo que Dios quiera. Un saludo a todos.
¡Muchas gracias por atendernos, Javier! Esperamos que tengas mucho éxito con tu esta increíble novela. Ruinas ya está disponible en las librerías online para todas aquellas personas que no quieran dejar el pasado más oscuro en el olvido.
Disponible en: La Casa del Libro, Agapea
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