Buenos días, Alberto. Acabas de publicar tu primer libro en castellano titulado Artífices del destino (Editorial Vezendi Books). Una publicación que nos ayuda principalmente a querernos tal cual somos sin prejuicios y de forma sincera. Un ejercicio que parece difícil pero que, gracias a tu libro se puede llegar a conseguir.
De hecho, al principio de tu texto podemos leer: «Ser uno mismo no es nada fácil, ya que requiere una integridad lo suficientemente inquebrantable como para mantenerse siempre fiel a los propios ideales; una sinceridad lo suficientemente amoral como para aceptarse tal y como se es; y una fuerza de espíritu lo suficientemente poderosa como para no preocuparse por las opiniones de los demás». ¿Por qué crees que existe el autoengaño? ¿Qué podemos hacer para evitarlo?
El autoengaño existe porque es más fácil engañarnos que afrontar la realidad. Vivimos rodeados de patrones de éxito, de modelos de rol que se han afianzado en la psique colectiva como ejemplos a emular. La característica común de esos modelos que se han elevado a arquetipos del éxito es su homogeneidad a la hora de ensalzar determinados valores, en detrimento de otros, y es difícil resistir a la presión de una sociedad que tiende a menospreciar todo lo que contradiga dichos valores. Vivimos en sociedades que conceden una importancia excesiva al aspecto físico, a la forma de vestir, a «encajar en el molde», cuando en realidad nada de todo eso es inmanente al ser vivo, sino meramente accesorio, todo eso pertenece al mundo de las apariencias… y, sin embargo, eso es precisamente lo que predomina en los medios, las redes, etc. Además, dicha creación arbitraria de prototipos uniformes de aquello que debemos imitar si queremos gustar exige el desprecio de todo aquello que contradiga los patrones de belleza y de comportamiento en que se basan. Ello condena al ostracismo a todos los que son diferentes, a los que defienden otros valores, como la soledad, la independencia, el pensamiento original y, por encima de todo, la libertad sin concesiones a la hora de decidir quiénes son, cómo actúan, el aspecto que tienen…
Para evitar el autoengaño vamos a partir de que el autoengaño es, casi siempre, parcial, pues nunca logramos engañarnos completamente: en el fondo, sabemos que no estamos actuando con sinceridad respecto a lo que nos dicta el corazón. Una solución radica en preguntarnos por qué o por quiénes nos imponemos algo contrario a nuestra voluntad, y luego ver si la opinión de aquellos a quienes queremos complacer vale realmente más que la nuestra propia; junto con el hecho de que la opinión de otros puede cambiar, y cambiará, con lo que perseguimos un objetivo imposible: el de agradar a todos en todo momento. Debemos aceptar que siempre, hagamos lo que hagamos, habrá gente que lo apruebe y gente que lo censure. Llegados a este punto vale más actuar siempre conforme a nuestra propia inclinación: seguiremos agradando a algunos, otros admirarán nuestra integridad, y, por encima de todo, no sacrificaremos nuestra unicidad en el dudoso altar de la aprobación ajena, inconstante por naturaleza.
Tu libro es una narración en primera persona tan íntima que parece casi una confesión al lector. Esta es una de las grandes virtudes de tu libro, como la honestidad, la cercanía, la empatía, la ilusión o el aprendizaje. ¿Qué otras consideraciones crees que aportas en tu texto y que querías hacer llegar al lector?
Desde el primer momento en que me senté a escribir este libro tuve muy claro que, si mi obra había de tener algún valor, este dependería del grado de sinceridad que yo fuera capaz de alcanzar a la hora de recoger mis vivencias de veinte años atrás. Supe que, si no me iba a sincerar, era mejor dejarlo y dedicarme a escribir otro de los muchos libros que tengo en previsión. Por todo ello, al escribirlo, dejé fluir todo lo que salía de mi mente, sin preocuparme del efecto que ello pudiera tener a posteriori: la única condición era la autenticidad de lo escrito. Ahora bien, faltaría a la verdad si negase que durante las revisiones que hice del texto acabado desbrocé mucho material superfluo y suprimí numerosos pasajes que me parecían excesivamente íntimos, o demasiado escabrosos como para contribuir al mensaje que deseo transmitir… un mensaje de optimismo y de esperanza, un mensaje de aliento para nunca renunciar a lo único que realmente tenemos: la vida. Para resumirlo en una sola frase: todo lo que contiene el libro es verdad, pero el libro no contiene toda la verdad.
En cuanto a la segunda parte de su pregunta, cada página del libro nació de una vocación de aportar algo útil y provechoso para el lector, por lo que aquí me limitaré a destacar el mensaje principal: que la felicidad siempre está al alcance de la mano porque depende en gran medida de nosotros, y todos podemos vivir mejor con sólo cambiar nuestros pensamientos.
Has vivido episodios difíciles en tu vida. Por ejemplo, al abandonar tu «yo» interno en pro de agradar a los demás. ¿Por qué crees que todos tenemos esa necesidad de «querer gustar» a toda costa?
El anhelo de gustar, como otras tantas cosas más, viene de los condicionamientos que involuntariamente hemos adquirido durante nuestra infancia. Los padres, los maestros y, en general, los adultos que interactúan con el niño lo exponen, a menudo de forma inconsciente o con la mejor voluntad del mundo, a una serie de estímulos que van infiltrándose poco a poco en nuestro subconsciente hasta que, repetidos un número suficiente de veces, se convierten en condicionamientos que, a su vez, se manifiestan después en forma de actos reflejos, inconscientes, que acaban determinado nuestro comportamiento. Piensen en los perros de Pávlov.
Los dos estímulos que más influyen en el desarrollo intelectual del niño son la recompensa y el castigo, hasta tal punto que, de por sí solos, son capaces de determinar la percepción del bien y el mal que el niño tendrá de por vida. Dentro de ese paradigma de condicionamiento, el «bien» se identifica con la recompensa y el «mal» con el castigo, hasta que dicha asociación —por cierto, totalmente subjetiva y arbitraria— termina por convertirse en el patrón de comportamiento del niño, y luego del adulto, ejerciendo una influencia inexorable en todas las decisiones que vaya a tomar a lo largo de su vida. Y digo que la asociación entre «bien» = recompensa, y «mal» = castigo es totalmente arbitraria porque piensen que si a un niño, aislado del mundo, se le condicionase recompensándolo cuando está sucio, desgreñado y desaliñado o cuando come con las manos, por poner un ejemplo, crecería pensando que todo eso es el «bien», y que la limpieza, el acicalamiento, el cuidado en el vestir y el comer con cubiertos representan el «mal» y será castigado… De mayor le costaría mucho entender por qué hay gente que se afana en estar limpios y bien vestidos o en comer con cubiertos, cuando todo eso es «malo».
Conforme con lo anterior, en el caso concreto que nos ocupa ahora —el anhelo de gustar— el condicionamiento procede de que determinadas manifestaciones de la existencia del niño (aspecto físico, comportamiento, indumentaria…) se ven recompensadas por la aprobación de su entorno («!Qué guapo es este niño¡», «¡Qué bien se porta!», «¡Qué bien va vestido!»…), acompañada incluso a veces de una recompensa física, como caricias, besos, regalos, caramelos, etc. Por el contrario, todo lo que contradiga dichos patrones de aspecto y comportamiento es objeto de castigo. Con ello, en la mente del niño, se asocia indisociablemente el «bien» con los primeros y el «mal» con los segundos. Así, de mayores, damos por sentado que «gustar», «agradar», etc. será recompensado con la aprobación del prójimo, y lo contrario será castigado con su rechazo. Ello nos convierte en títeres en manos de los demás, en monos de feria: hacemos piruetas para que nos aplaudan y nos tiren plátanos… y encima creemos que estamos haciendo lo correcto porque actuamos conforme a nuestro condicionamiento.
Con esto no estoy diciendo que vestirse bien o cuidar el aspecto sea malo: no es ni bueno ni malo, es solo opinión… pero se convierte en algo negativo cuando lo hacemos exclusivamente por complacer a otros y en contra de nuestra propia voluntad.
Todo lo anterior plantea además el problema de que nunca podremos controlar la aprobación ajena, así, nunca podremos librarnos del miedo a perderla en cualquier momento, lo que nos obligará a pasarnos la vida persiguiendo un blanco en movimiento… con lo cual nuestra felicidad será cada vez más esquiva, hasta volverse inalcanzable.
¿La solución? No es fácil, pero existe: radica en plantearnos si aquello que hacemos lo hacemos de manera libre, conforme a nuestra voluntad, o lo hacemos meramente por inercia, porque es lo que hemos estado haciendo desde que tenemos uso de razón… o, peor, lo hacemos solo porque albergamos la esperanza de que con dicho acto lograremos cosechar un poco de aprobación.
Como puede ver, es un tema complejo, tan complejo que me resulta imposible abarcar siquiera lo esencial dentro de los límites de extensión de la presente entrevista. Invito, pues, a aquellos que estén interesados a que lean mi libro, ya que la problemática de la libertad y el condicionamiento está presente en toda la obra.
Relacionado con la pregunta anterior, ¿qué papel crees que juegan algunas redes sociales como Instagram con respecto a llevar una vida de apariencias? ¿Cómo crees que se podría solucionar esta tendencia de estar pendiente de lo que hacen los demás, a compararnos en detrimento de cuidar lo que tenemos?
Las redes sociales han traído consigo la extrapolación de las relaciones sociales a un plano virtual, lo que no es en absoluto anodino, porque las características inherentes al espacio virtual lo hacen nuevo y distinto del espacio físico en el que dichas relaciones se habían desarrollado con anterioridad. Esas discrepancias cambian radicalmente la forma de interactuar con los demás, porque psicológicamente hay una enorme diferencia entre dejar que nuestro avatar cibernético se manifieste en un mundo virtual, y tratar con una persona de carne y hueso que está ante nosotros, un ser humano que podemos ver, tocar y sentir.
La pantalla es la barricada que nos hace sentir seguros; la distancia espacio-temporal es el intermediario que separa nuestros actos de sus consecuencias; el anonimato es el escudo que desactiva nuestras inhibiciones… Todos esos factores incrementan exponencialmente las distorsiones preexistentes en el mundo real: se intensifica tanto la crítica, como el elogio; hay una mayor propensión a abusar de las personas más inseguras —problema de especial relevancia durante la adolescencia—; se tiende a explotar con más facilidad los defectos percibidos (que a menudo ni siquiera lo son)…
Antes de las redes sociales un nuevo look, por poner un ejemplo sencillo, podía acarrear la aprobación o rechazo de un grupo relativamente reducido de personas (tu clase, tus amigos, igual tu barrio si eras muy conocido…), mientras que, hoy en día, dicha aprobación o rechazo puede traducirse en miles de «me gusta» o «no me gusta». Es demasiada presión, especialmente para niños y adolescentes, que atraviesan un período de su desarrollo marcado por grandes cambios físicos y hormonales: salen espinillas, crece el vello púbico, se desarrollan los senos en las mujeres, maduran los órganos sexuales… todo eso acrecienta su inseguridad y los fragiliza ante ataques externos. La mayoría no están preparados para ello, hasta el punto de que, paradójicamente, muchas veces los que peor parados salen son los adolescentes que alcanzan algún tipo de fama y que cuentan con muchos seguidores: en general, no disponen de la experiencia y bagaje emocional necesarios para gestionar tanta presión y se acaban convirtiendo en víctimas de su propio éxito… se los come la fama.
En resumen, es un mundo que se rige en gran medida por la ley del más fuerte, y de ahí que muchos se acojan al recurso de la emulación, pensando que imitar a aquellos que tienen «éxito» les reportará la aprobación del grupo, o, como mínimo, los mantendrá al abrigo de críticas y ataques, lo que equivale a desvirtuar el valor del propio yo, y a negar que, si bien no todos somos iguales, nuestro valor inherente como seres humanos sí lo es.
¿Solución? No tengo una solución mágica: si la tuviera, hubiera resuelto uno de los grandes problemas de la humanidad. Lo que sí puedo es aportar ideas que permitan reducir la dependencia del individuo respecto del grupo, como proponer que en la educación se le dé más valor a la diferencia, a la originalidad, a las ovejas —o perlas— negras. Que se reconozca que lo más hermoso de la humanidad es que no somos como los tornillos del 13, todos idénticos. Que se tenga en cuenta la voluntad del individuo frente a la del grupo, sobre todo si ésta contradice a aquélla. Que se facilite la expresión artística libre como máxima manifestación física de la plenitud del ser humano independiente.
En su ensayo Sobre la libertad, John Stuart Mill escribió hace 170 años que «un Estado que empequeñece a los hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos (incluso para asuntos de carácter benéfico), llegará a darse cuenta de que, con hombres pequeños, ninguna cosa grande podrá ser realizada.»
Tu libro es un aliento de esperanza para el lector, quien seguro que tras leer tu libro se sentirá identificado con tu experiencia y elegirá realizar el mensaje que abordas a lo largo de la narración: la felicidad depende de uno mismo y no hay tiempo para desechar aquellos momentos en los que podemos serlo. ¿Qué otros elementos consideras que pueden influir en nuestro bienestar?
La mente controla al cuerpo, pero no por ello hay que desdeñar los placeres físicos. Por ejemplo, en una parte de mi libro recojo una situación muy concreta en la que, tras años de privaciones autoimpuestas, me entrego totalmente al placer físico de algo tan sencillo como una ducha caliente, con la conclusión de que la felicidad no puede ser algo metafórico, grandioso e inalcanzable, sino que tiene que construirse activamente con la suma de los pequeños placeres y alegrías que adornan cada instante de nuestra vida.
Lo que ello signifique dependerá de cada uno: nadie lo puede saber en tu lugar porque nadie siente lo que tú sientes. Para mí será surfear olas en la soledad del anochecer; o surcar con mi snowboard las laderas de montañas cubiertas de nieve virgen, dejando a mi paso una estela de polvo de diamantes entre los oscuros abetos; o pescar sobre una roca solitaria en medio de la marejada mientras la marea se va comiendo el mundo a mi alrededor… en cambio, para ti, lector, puede ser algo totalmente diferente. Lo que sea no tiene tanta importancia, lo que importa realmente es que tú sepas lo que es sin que nadie te lo diga, que lo aceptes, y que obres por ello.
De manera que yo puedo hablar de aquello que a mí me hace feliz, porque sé lo que es, porque por fin lo he encontrado y porque soy capaz de experimentar sin limitaciones esa felicidad de la que soy en gran medida artífice, pero en ningún caso puedo —ni debo— decirle al lector lo que a él le trae esa felicidad. Lo que sí puedo hacer y hago con mi libro es ofrecer una vía para que el lector pueda diferenciar mejor las apariencias, los engaños y lo ajeno, de lo real, lo auténtico y lo propio —única fuente de felicidad que está bajo nuestro control—.
El libro se divide en dos partes puesto que hay un antes y un después en ti: el periodo durante el trastorno (alimentario) que padeciste y la catarsis que te sobrevino después una mañana en la que cogiste la tabla de surf y te dirigiste al mar. ¿Qué diferencias hay entre el Alberto de antes y el de ahora? ¿Qué les dirías a aquellos que están pasando por la misma situación que tú?
El cambio es uno de los temas fundamentales del libro, es difícil abarcarlo en unos pocos renglones… pero, en aras de la concisión, resumiré mi respuesta en una sola frase: la experiencia que viví aquel día me quitó para siempre el miedo a ser yo mismo, con todo lo que ello conlleva a nivel personal y social.
La inminencia de la muerte me abrió los ojos a la realidad: fue como si de repente me hubiesen quitado unas cataratas que llevaban años cegándome. Esas cataratas solo existían en mi mente, al igual que la mayoría de obstáculos que nos impiden ser felices. La muerte es la gran relativizadora: ante ella todo pierde su importancia, todo, excepto la vida, y, por contraposición con ésta, la muerte es precisamente lo que da tanto valor a la vida.
Lo que sucedió aquel día, junto con todo el calvario que lo precedió, me cambió radicalmente. Fue, efectivamente, una catarsis que me hizo volver a apreciar la vida como el maravilloso regalo que es, indisociable de la felicidad, pues ésta es imposible en ausencia de aquélla —al menos en esta orilla, y no sabremos lo que nos depara la otra hasta haber dejado ésta—.
Mi consejo a los que puedan encontrarse en una situación similar, en una crisis existencial, es que nunca olviden que mientras haya vida, habrá esperanza. Que se aferren a lo que da sentido a su existencia, por poco que parezca ser, como el náufrago se aferra a los restos de su nave: pronto llegará el barco que lo salve, la isla que le dé un nuevo hogar y, seguramente una vida mejor que la que hasta entonces haya vivido. ¿Y cómo sé que será mejor? Por un motivo sencillo y nada metafísico: porque la adversidad extrema, una vez superada, nos hace más fuertes, más resilientes, y nos enseña a apreciar todo lo bueno, por ínfimo que les parezca a quienes nunca se hayan visto expuestos a una situación traumática.
El despertar a una nueva vida viene acompañado de infinitas maravillas, y hablo literalmente, pues no se trata de magia o milagros: esas maravillas están aquí, siempre lo estuvieron, al alcance de todos, pero no reparamos en ellas porque estamos demasiado ocupados en nuestro empleo, nuestra educación, nuestra carrera, coche, ropa, riqueza, fama… en un mundo ficticio de apariencias que mistifican nuestra mente y nos vuelven ciegos a la belleza que nos rodea. El despertar nos hace ver y aprovechar la belleza de cada instante porque lo sabemos efímero e irrepetible; ya no tenemos tiempo que perder con apariencias; ya nunca volvemos a desaprovechar el presente, porque hemos aprendido que «presente» y «vida» son sinónimos; ya no damos el mañana por sentado, sino que recibimos cada nuevo día con la gratitud de quien recibe un regalo inesperado… quizá el último. ¡Ojalá podamos vivir siempre así!
Haces hincapié en el poder interior tan inmenso que tenemos todos. Que la confianza en uno mismo es determinante para construir nuestro camino, una senda que nos dé fuerza y seguridad para poder alcanzar la felicidad. ¿Por qué crees que los libros de desarrollo personal son tan atractivos para los lectores?
Mi libro no es más que una gota de agua en el inmenso océano de literatura que nos puede ayudar a crecer como personas. Los libros de autoayuda siempre existieron, aunque bajo denominaciones diferentes (filosofía, psicología…), y siempre contaron con lectores ávidos: desde el Enquiridión de Epicteto y las Meditaciones de Marco Aurelio, hasta El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, pasando por las obras de gigantes como Nietzsche, Kant o Schopenhauer, por no mencionar más que algunos de mis favoritos. Creo que de entre todos fue Nietzsche quien me abrió las puertas de la mente humana: recuerdo que con once o doce años me sumergí en la lectura de sus obras buscando respuestas a preguntas que tal vez no las tengan, obsesionado por dudas existenciales.
El atractivo que estas obras tienen para el lector nace del anhelo innato que tiene todo ser vivo por desarrollarse, crecer y perfeccionarse. Se trata de una variante del instinto de supervivencia, que anima a todo ser vivo a superarse para estar entre los elegidos en el proceso de selección natural. En el caso de los animales, los más veloces, fuertes y hábiles tendrán más oportunidades de reproducirse y perpetuar la especie, y el ser humano no deja de ser un animal. La única diferencia, quizá, es que el hombre busca además la felicidad; y digo «quizá» porque a lo mejor ni esa diferencia existe: al menos carezco de motivos para pensar que los animales y vegetales no la busquen también, a su manera.
¿Qué ha significado para ti despojarte de tus miedos y realizar esta purificación a través de la literatura?
No basta con cambiar, hay que mantener el cambio día a día para no volver a caer en los errores del pasado, y plasmar en este libro lo sucedido veinte años atrás me ha ayudado a afianzar el proceso de cambio que comenzó aquel lejano día de noviembre. Déjeme darle un ejemplo: ahora tengo el brazo escayolado durante seis semanas por un accidente de bicicleta y sé que cuando me quiten el yeso apenas podré mover el brazo, no tanto por la fractura, sino por no haberlo utilizado en tanto tiempo; con la mente sucede lo mismo: debemos cuidarla y cultivar lo bueno día a día para poder cosechar los beneficios de los pensamientos positivos que vamos plantando, de lo contrario empezará a crecer rápidamente la mala hierba hasta invadirlo todo… y luego será ya mucho más complicado volver a un estado de equilibrio. Las ideas también compiten por la existencia: es difícil que crezca algo bueno cuando los pensamientos negativos se han vuelto crónicos porque hemos desatendido la mente durante demasiado tiempo, pero también lo contrario es cierto: igual que en un jardín, cuando proliferan los pensamientos positivos estos les quitan el sustrato y el alimento a los negativos… no hay sitio para todos. Labremos, pues, cada día, la felicidad en nuestras mentes: los beneficios serán exponenciales.
Además de escritor eres filólogo y entre tus muchas aficiones destaca la de viajar con tu cámara en la mano. ¿Qué has aprendido del mundo a lo largo de tus travesías?
Tolerancia, comprensión y humildad. Tras más de cuarenta años de viajes por cinco continentes, no puedo estar más de acuerdo con las maravillosas palabras de Mark Twain: «viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente».
Otra cosa que me han enseñado mis viajes es que la felicidad no se puede comprar: estuve con reyes y presidentes, en palacios y hoteles de lujo, en parlamentos y residencias reales, en aviones privados y limusinas blindadas… cárceles de oro de las que resulta muy difícil escapar.
Finalmente, por contraposición con lo anterior, otra cosa que me han enseñado mis muchos viajes es a no quejarme nunca, bajo ningún concepto. Aparte de que es totalmente inútil, me parece injustificado. He visto gente en el mundo occidental que se desespera por haber perdido parte de aquello que les sobra (coches, casas, dinero…), mientras otros no saben siquiera si tendrán comida para acabar el día. En mis viajes he visto la miseria más abyecta, niños rebuscando comida entre la basura, enfermos que padecen enfermedades perfectamente curables pero que morirán por falta de tratamiento… sobre todo en algunos lugares de África y de Asia… situaciones que a menos que se vean en persona resultan inconcebibles en el siglo XXI, y sin embargo son la realidad cotidiana de muchos millones de personas en demasiados lugares de este planeta.
El libro está dedicado a tus hijos. ¿Ellos han sido tu principal aliciente para publicar? Por otro lado, ¿Artífices del destino es el mensaje en una botella que querías legarles como enseñanza vital para su futuro?
Uno de los motivos que me llevaron a escribir este libro fue la voluntad de dejar a mis hijos el relato de una parte importante de mi vida, con la esperanza de que les resulte útil un día. De ahí a la publicación de la obra sólo había un paso que me resultó fácil dar. ¿Por qué no contárselo de viva voz? Por dos motivos: el primero, que ellos aún son muy jóvenes y yo no sé si todavía estaré aquí para contárselo el día que lo puedan comprender; y el segundo, porque me resulta más fácil la expresión escrita que la oral. Y eso que desde hace más de veinte años ejerzo la profesión de intérprete simultaneo… en fin: en casa de herrero…
Concluyo añadiendo que me faltan palabras para describir la importancia que mis hijos tienen en mi vida. Son para mí esa inspiración constante que me da fuerzas para escribir. Y son también mis mejores maestros: cada día aprendo de ellos sinceridad, bondad, inocencia y, por encima de todo, amor sin contrapartida, amor por todo lo vivo, amor por la vida.
Ya habías publicado dos textos en inglés que llegaron a ser número 1 en la plataforma de Amazon. ¿Has pensado en traducir esta última publicación al inglés?
En realidad, la primera versión de esta obra la escribí en inglés, quizá porque me resultara más fácil afrontar esa etapa oscura de mi pasado y narrarla en un idioma, el inglés, que no es ninguna de mis dos lenguas maternas (el húngaro y el español). Las palabras tienen muchísima fuerza, está de sobra demostrado en la psicología que la mera narración de un trauma equivale a volver a vivirlo y puede desencadenar o agravar un trastorno de estrés postraumático. Así, supongo que no estaba preparado para escribir la primera narración de mi experiencia en una lengua que ha marcado mi desarrollo afectivo y que para mí acarrea tanta carga emocional como el español. El inglés me resultó más «aséptico»: fue como escribir con guantes para no mancharme las manos con la escritura. Supongo que me permitió mantener una distancia de seguridad suficiente como para poder perfeccionar la tarea sin tirar la toalla por el camino. El libro en español nace, por lo tanto, de la segunda vez que escribo mis vivencias, lo cuál resulta evidentemente mucho más fácil que la primera.
No quisiera dejar este tema sin antes mencionar una curiosidad: la obra que presento al mundo ahora, Artífices del destino, no es la traducción al español de la versión inglesa, sino que volví a escribir todo el libro, esta vez en español, usando el inglés únicamente como referencia para mantener cierto paralelismo entre ambas versiones, conservar los capítulos, las citas, etc. Más que nunca, he sido traduttore traditore de mi propia obra.
Finalmente, si bien son los lectores quienes deben juzgar, personalmente considero que la versión española es más completa y está mejor escrita que la inglesa.
Estamos llegando al final de la entrevista, Alberto. Pero antes de despedirnos nos gustaría dejarte un espacio para que le comentes lo que quieras a los lectores.
Sí, deseo terminar diciendo algo muy importante al lector: ¡gracias! Querido lector, quizá sin saberlo, siempre estuviste sentado a mi vera en la soledad de mi cuarto, dando sentido a cada una de las ideas que fui vistiendo con palabras. Siempre pude contar con tu apoyo para seguir adelante cuando me asaltó la duda en las muchas horas solitarias que pasé sumido en la creación literaria. Gracias, lector: contigo escribo, por ti escribo.
Muchas gracias por responder a nuestras preguntas, Alberto.
Disponibles en: Amazon
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