Existe gente cuyo ímpetu creador es imparable y se atreve con todo en la búsqueda de la genuinidad. Este es el caso del autor andorrano Esteve Pujol, quien, además de dedicarse a la arquitectura y participar eventualmente como guionista y diseñador de espacios expositivos (ni más ni menos que en la feria de arte contemporáneo ARCO), acaba de aterrizar en el mundo de la literatura con su libro La leyenda de la Triple Madre, una hilarante historia detectivesca que le da la vuelta a todos los tópicos literarios del género para conformar una trama adictiva y llena de sorpresas desternillantes.
Ramón ha sido vilmente envenenado con un revuelto de setas a la pirenaica. El asesino ha mezclado con mucho arte las setas venenosas y las alucinógenas. Una muerte lenta pero divertida. En su dolorosa y psicodélica agonía, Ramón intentará explicar las razones de su vil envenenamiento.
Un refulgente tesoro, amasado por un apasionado cura mariano, enamorado locamente de la efigie de una Virgen María, desatará el odio, la codicia y la sed de venganza en esta intrigante novela. La clave para encontrar el tesoro, escondido por el cura antes de morir, parece ser la efigie de la Virgen María. Pero hay algo extraño en esta efigie: quien la posee recibe unas insanas y un poco machistas vibraciones maternales, que cambian su carácter y personalidad.
Las primeras páginas del libro publicado nos sitúan en el comienzo de todo el embrollo: en 1959, en un pequeño pueblo de la cordillera pirenaica, se produce un asesinato que acaba con la vida de dos hombres deseosos de hacerse con el tesoro de la Virgen María Meritxell de Escatx. Años después, el hijo de uno de ellos, Manel Jové, sumido en las deudas, querrá seguir los pasos de su padre y hacerse con esas riquezas, pero para ello deberá contratar a Javier Pi, quien se encargará de lidiar con viejos enemigos (¿o amigos?) para conseguir todas las piezas del puzle que guían hasta el tesoro.
Es debido a la desaparición de este último por lo que entra en acción el carismático y divertido narrador Ramón Pi, quien buscará a su hermano, no sin pequeñas dificultades. Y es que hay que decir que, para estar muriendo lenta y dolorosamente, Ramón se toma muy a bien lo que le sucede. No sabemos si será el amor de hermano lo que le mantiene en pie, pero no cejará en su intento de encontrar a Javier y de descubrir quién ha intentado asesinarle y por qué (aunque, al mismo tiempo, haya disfrutado de ese manjar de hongos como de ningún otro antes).
Es esta la clave del tono humorístico de la novela, si bien tampoco carece del suspense propio del género detectivesco. Desde el principio es tremendamente sencillo simpatizar con el narrador, y así sucesivamente con el resto de los personajes que se van presentando. Todos cuentan con una personalidad propia que les salvaguarda un espacio en el libro, y todos y cada uno de ellos son también piezas fundamentales en el desarrollo de la trama. No hay elemento del que se pueda prescindir, pues cada situación y personaje otorga a la obra una pincelada de personalidad.
No obstante, como ya mencionábamos antes, tampoco el suspense desmerece, pues aunque todo esté contado desde una óptica cómica, el drama de los propios personajes es muy real. La revelación sobre el asesino que esperamos encontrar se mantiene oculta a lo largo de la narración, pero esto no genera ningún tipo de intranquilidad, pues somos guiados a través de una historia que se disfruta en todos los sentidos y en la que nos sentimos muy cómodos.
Y es que el autor ha sabido presentar los hechos con fluidas descripciones cinematográficas que amenizan y otorgan ritmo al texto. Estas están llenas de detalles que amplifican la realidad sobre la cual estamos leyendo, lo que dota a la historia, dentro de la comicidad de muchas escenas, de un realismo absoluto.
Por otro lado, la estructura del libro resulta muy novedosa, debido, especialmente, a lo que el mismo autor refiere: “Ramón es el detective mental de la novela y narrador al mismo tiempo. (…) Su estado psicodélico hace que sus terribles dolores le abran la mente de una manera diferente, que investigue con una nueva lógica, tal vez surrealista, tal vez abstracta, pero siempre coherente”.
Así, la condición del narrador es una excelente excusa para estructurar el libro de una forma nueva. Y es que, además de los capítulos que se suceden como una trama lineal, nos encontramos con otros muchos donde Ramón se encarga de aclarar o introducir pequeñas reflexiones. Esta falta de continuidad o experimentación recuerda mucho a obras de autores como Paul Auster, quienes ya descubrieron que una forma muy especial de diversión radicaba en jugar con el lector, atreviéndose a proponer nuevas estructuras narrativas.
Por todo ello, La leyenda de la Triple Madre es una novela merecedora de un hueco en nuestras estanterías, pues responde a la perfección a sus pretensiones y supone un soplo de aire fresco dentro de la cerrada estructura de muchos géneros que a veces necesitan la reinvención y la creatividad.
Disponible en: Me gusta leer y Amazon.
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