Hugo es un joven que tiene un poder especial. Es capaz de crear en la realidad todo lo que dibuja. Por ello, es atrapado y trasladado a una prisión donde existen otras personas que, al igual que él, poseen poderes sobrenaturales, los cuales son llamados «portadores».
Sin embargo, el mismo día que llega, descubre que la mayoría de los presos han muerto tras un accidente al que llaman el Juicio Divino. En su arriesgado y peligroso intento de escapar, Hugo dará con otros supervivientes: un chico inmortal, una chica invisible que afirma conocerle del pasado, un joven que puede atravesar muros y una muchacha que puede cambiar su cuerpo con los animales y los muertos, entre otros fugitivos más. Es así como comienza su temible viaje por los rincones del Averno de los Portadores en busca de su salvación.
Este es el argumento que da forma a El averno de los portadores, la primera novela de Francisco Illán. Ante todo, lo que llama particularmente la atención en esta historia de ciencia ficción es que el 99% de la acción se desarrolla en un único lugar, en ese Averno donde se hallan los portadores. Construir el relato en torno a un mismo espacio acarrea una especial dificultad, pues se corre el riesgo de no introducir suficientes acciones o, por el contrario, de incluir demasiados puntos de giro. El resultado sería una lectura anodina o confusa y estresante, respectivamente, por lo que pronto quedaríamos fuera. En cambio, el autor nos sorprende por su equilibrio y la manera en que genera esa sensación de agobio, de querer escapar y no ver la salida.
Como los personajes, los lectores no tenemos otro sitio al que ir; y lograr que nos quedemos ahí sin perder ni un ápice del interés es toda una proeza. Francisco Illán lo consigue con toda naturalidad, de forma que la lectura se hace fluida y altamente entretenida. Los lugares quedan perfectamente descritos, es fácil imaginarse las situaciones que están teniendo lugar, los personajes, las atmósferas… Entramos de lleno en el relato y, una vez estamos dentro, resulta difícil desconectar y cerrar el libro. El lenguaje empleado es coherente con cada uno de los personajes: nos gusta ese tono vacilón y sarcástico que caracteriza a Travis, la dulzura de Chiu, el arrojo de Saya o el descaro de Rinna.
Pero no solo los portadores y las atmósferas tienen poder, sino que el autor también nos guarda una sorpresa: ¿de qué se conocen Saya y Hugo? Esta trama refuerza el suspense de la historia principal. Nos movemos por la línea temporal para intentar averiguar qué les une; vamos conociendo más datos, haciendo conjeturas y dejándonos llevar, arrastrándonos hasta una respuesta que nos deja estupefactos y con más ganas de saber cómo va a resolverse la historia.
Francisco Illán parte de una buena base, de un rico bagaje sobre aventuras y ciencia ficción, y esto queda reflejado en El averno de los portadores. La novela entretendrá especialmente a fans de obras como X-Men o El corredor del laberinto, e incluso la reciente y afamada Stranger Things, historias en las que un grupo de jóvenes se ven sorprendidos por hechos que escapan a la lógica y que solo ellos pueden resolver. Sin olvidar los guiños a mangas como Death Note o las influencias del cine y la literatura española.
La acción empieza pronto, el relato arranca con fuerza y continua ágil, sin perder el ritmo, hasta su desenlace. Este hecho se ve fortalecido por los saltos temporales, puesto que, como decíamos, vamos conociendo pasado y presente de forma paralela, lo que hace más ameno el recorrido. Debemos estar atentos, ya que suceden múltiples cosas a la vez y tenemos que juntarlas todas para dar con la clave. Nos encontramos así en una constante incertidumbre y ese intento por querer averiguar lo que sucede es la droga que nos mantiene enganchados a la historia de Hugo y sus compañeros. Cuando llega el desenlace, quedamos complacidos al comprobar que la novela nos ha aportado algo más que mero entretenimiento: un viaje vívido a ese Averno, a la mismísima guerra de los portadores donde, junto a ellos, hemos luchado incansablemente por su libertad.
Aunque centrado en un público juvenil, es una lectura estupenda para cualquier persona. Se nota esa intención de Francisco Illán de querer escribir una obra que pueda leerse con 16 años y se siga disfrutando con 20, 40 o 60.
Todos hemos soñado alguna vez con vivir nuestra propia aventura, hemos pensado en los poderes sobrenaturales que nos gustaría tener y en cómo los utilizaríamos. La literatura está precisamente para eso, para soñar, para dejar volar todo nuestro ser hasta un mundo sin límites en el que podemos convertirnos en lo que queramos. El averno de los portadores recupera esa inocencia, como un recordatorio al más estilo Peter Pan que grita que no por crecer hay que olvidar ese pequeño rincón secreto que llena de magia nuestra existencia, que nos mueve hacia delante y que, en definitiva, nos da la vida. Sin imaginación, nada sería lo mismo…
Libro: El averno de los portadores
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