Buenos días, Francisco. En tu novela Tras la estela de las montañas voladoras, asistimos a dos tipos de viaje: por un lado, el duro recorrido por las montañas y, por otro lado, el que el protagonista realiza por los pasajes más importantes de su vida. ¿Con qué palabra definirías a Francisco en el inicio y cómo le describirías al final?
Al inicio: lanzado. Al final: libertad.
Las figuras femeninas tienen un gran peso en la historia, son una parte fundamental de su estructura. Háblanos un poco más de ellas.
Úrsula, mi novia alemana durante seis años. La conocí en un curso de verano en Edimburgo. La reencontré en Madrid la primavera siguiente. Nos enamoramos. Ella: 22 años, estudiante, intelectual, complicada, reservada y bella. Yo: 34 años, ejecutivo, espontáneo, corriente y sentimental. Ella amaba a Platón. Yo prefiero a Epicuro. Tras cuatro meses juntos, se fue a Heidelberg y luego a Munich. Durante esos años, nos escribimos un par de veces por semana y nos vimos una vez al mes y en vacaciones. Ella no quería vivir en Madrid o París ni yo en Alemania.
Monique, francesa, 21 años. La conocí en el avión de París a Calcuta en mi segundo viaje. Una decepción amorosa la llevaba a Nepal a encerrarse a meditar tres meses en una cueva de un monasterio budista. Era ingenua, idealista y llena de fervor. Otra Juana de Arco. Pasamos un par de días en Calcuta. Un mes después, la busqué por los monasterios del valle de Katmandú. La encontré enganchada a la droga. La saqué de ella, pero luego…
¿Por qué elegiste Tras la estela de las montañas voladoras como título para tu novela? ¿Qué significado hay detrás?
El Rig Veda (1400 a. C.), el primero de los cuatro libros sagrados del hinduismo, dice:
En el comienzo de todo, las montañas eran aladas. Volaban a lo lejos, atravesaban ríos y mares, océanos y continentes, y se posaban donde querían. Pero un día, Indra, el dios védico del rayo y de las tormentas, celoso de tanta libertad, les cortó las alas y las sujetó a la tierra. Las alas, libres, pero sin voluntad propia, quedaron desamparadas y se convirtieron en nubes. Por ello, flotan siempre alrededor de las montañas.
Tras mis viajes por Nepal e India, pensé: “creo que los hombres también nacemos con alas o, al menos, con un germen allí recogido entre los omoplatos. Una educación conservadora, las convenciones sociales y religiosas, las políticas de los dirigentes, el conformismo, se alían para impedir su desarrollo. Hay que liberarse. Además de a los maestros, hay que leer y escuchar a los heterodoxos y a los estetas, a los rebeldes y a los iconoclastas. Son ellos los que cambian las cosas. Hay que viajar, conocer el mundo con el cuerpo y con el espíritu, sin compañía ni ataduras y sin fecha de regreso. Así, poco a poco, desplegaremos nuestras alas”.
Tu trabajo en el libro es espectacular. A través de las descripciones y la cercanía con los personajes, consigues que el lector se traslade allí (algo nada sencillo de conseguir). ¿La fase de escritura te ha resultado difícil? ¿Hay algún capítulo o parte de la historia que te guste especialmente?
No puedo decir que resultara difícil porque me gustaba hacerlo. Sí fue algo lenta, pues tras un par de informes de lectura profesionales, la asistencia durante tres años a talleres de escritura y las opiniones de terceras personas, reescribí, quité y añadí. Además, seguí viajando y escribiendo reportajes de viajes. Me gusta toda la historia. La parte con Hildegard es menos emocionante, como un descanso.
¿Tu afición por la fotografía y la montaña es algo que has descubierto con el tiempo o estas actividades siempre fueron tu pasión oculta?
Mi afición a la montaña viene de niño, cuando un tío mío me llevaba a caminar por el Pirineo. Seguí con esa afición durante la juventud, aunque no la practiqué mucho los años que viví en París, Bilbao y Barcelona. Luego me aficioné al esquí.
Respecto a la fotografía, hasta mi primer viaje al Himalaya a los 40 años, no había hecho una sola foto. Había comprado, unos años antes, una compacta Rollei 35 en Nueva York, olvidada en el cajón de las camisas. Al volver de mis dos primeros trekkings, comprobé que había hecho buenas fotos, que tenía el sentido del encuadre y la oportunidad. Así que, para el segundo viaje, en el que recorrí buena parte del Himalaya haciendo trekkings en cinco meses, como relato en la novela, me compré una réflex con sus correspondientes zoom y objetivos. Hice buenas fotos y malas. Con ello aprendí.
Tras la estela de las montañas voladoras es una novela con tintes autobiográficos en la cual vemos cómo un directivo empresarial decide dar un giro de 180º a su rutina de traje y corbata. ¿Cuál fue el punto de inflexión que definitivamente te hizo dar un cambio en tu vida?
Como cuento en la novela, el hartazgo de mi vida profesional, de estar inmerso en una cultura del dinero y del triunfo material, de pensar: “voy a cumplir 40 años; con suerte, la mitad de mi vida. ¿Cuál es mi futuro? ¿Más responsabilidad? ¿Más dinero? No me interesa. ¿Y con Úrsula, mi novia alemana? Tras cinco años de relaciones, ella no quiere venir a vivir a París o a Madrid, y yo ni hablar de irme a vivir a Alemania. Así que dejo todo y me largo”.
¿Cuál es la lección más valiosa que has aprendido de tus viajes?
Los viajes en solitario sirven de catalizadores en procesos de cambio. Son un auténtico punto de inflexión, una clara diferencia entre el antes y el después. Originan un cambio interior que nos hace descubrirnos a nosotros mismos de una manera imposible de sentir en un trabajo normal, en una vida rutinaria o al viajar con otras personas.
¿Con qué autor te gustaría hacer una colaboración?
Soy muy individualista. Lo mismo que siempre viajo solo, no me veo escribiendo con alguien. Aunque puestos a pensar, diría con Vikram Seth, autor de Una música constante y Desde el lago del cielo. O con Iñaki Ochoa: Bajo los cielos de Asia, unas memorias llenas de humor y sensibilidad del gran alpinista, pero murió en el Himalaya hace ocho años.
¿Qué montaña te queda por conocer?
Evidentemente, muchísimas. No debo conocer ni el 5% de las que hay en el mundo. Por decir unas, las del Valle de los Gigantes en la península de Kamchatka en Siberia.
¿Algún sueño aún por cumplir?
Claro, unos irreales, saber qué es el Universo, cómo se creó y comprenderlo. Y otros más prácticos, pero difíciles a mi edad: dar la vuelta al Monte Kailash, el monte sagrado de los tibetanos, o visitar la península de Kamchatka, un acceso bastante restringido y difícil, con más de 160 volcanes, 29 de ellos todavía activos.
Ahora que has emprendido el camino de la literatura, ¿qué es lo próximo que podremos ver?
Querría reescribir y publicar un libro que reúna buena parte de mis reportajes de viajes. Dudo entre que sea uno solo de Asia: Asia paso a paso, por caminos poco trillados; o de todo el mundo: La vuelta al mundo en 80 años, que son los que acabo de cumplir. Ello no me impide seguir viajando. En setiembre-octubre, realicé mi segundo viaje por Irán y esta primavera quiero ir a Georgia y Armenia. Y, si me atrevo, este verano a Kamchatka.
Libro: Tras la estela de las montañas voladoras
Tapa blanda: 329 páginas
Editor: Ediciones Atlantis; Edición: 1 (25 de mayo de 2016)
Idioma: español
ISBN-10: 8494560964
ISBN-13: 978-8494560965
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