¡Bienvenido a Tregolam, Tomás! Estamos deseando conocer más sobre Escalera Celestial, tu nueva novela de ciencia ficción ambientada en el año 2146. En esta obra narras la historia de James Leonard Morgan. Este hombre lleva dos años prisionero, sin recuerdos de su vida anterior. Un día es rescatado por su antiguo mentor. A partir de ese momento, James emprenderá una auténtica odisea en la que se enfrentará a su inevitable destino.
Esta historia es de todo singular. Nunca habíamos leído nada parecido. ¿De dónde surgió la idea para escribirla?
Tal vez sería más interesante que no sea yo el que conteste estas preguntas, sino que lo hagan las simulaciones subatómicas de los personajes de la novela, conservadas en ámbar tras su paso por la quinta. Al fin y al cabo, yo simplemente me limité a poner en palabras lo que Violette Szabo (née Nēweidār) me trasladó a través de la resonancia fibrilar; podría haber tardado menos de diez años, pero estaba haciendo otras cosas. No quiero sonar misterioso, aunque cierto físico alemán despeinado, de bigote gris y lengua rosada (supongo, la foto está en blanco y negro) sospechaba que el universo podría estar atrapado en una especie de eternalismo (el pasado, el presente y el futuro son lo mismo). No hay ninguna razón por la que todo lo que está escrito no pueda ocurrir (excepto porque Da Vinci no tenía un hermano, y supongo que las fichas de dominó se detienen allí).
Todo lo que vais a leer a continuación es una broma, por supuesto. El actor de método sabe que su arte solamente está en la imaginación, pero es más divertido vivir al borde de la ironía. Sería desastroso que los lectores del futuro (¿presente?) piensen que esto ha sido una especie de fughetta de personalidad múltiple. ¿Y qué es la musa, si no los susurros del más allá? El más allá, sinapsis electroquímicas durmientes, solo biología y café, nada más. Si algo aprendí de Dalí es que el espectáculo importa más que la proeza narrativa: la excentricidad del «hiperrealismo metafísico» es mucho más atractiva que el Asno Podrido o La jirafa en llamas. La realidad es aburrida, pero siempre conviene recordar que la realidad es lo único que existe. Pero no nos dejemos llevar, me habían dicho que estas respuestas deberían ser lo más cortas posible, no queremos que los lectores se pierdan en los pormenores de la psicohistoria…
Frank y el mundo de arena fue la primera novela que publicaste, con apenas dieciséis años. ¿De dónde viene este gusto por la escritura? ¿Siempre has sentido predilección por la ciencia ficción y la fantasía? ¿Te gustaría explorar otros géneros literarios?
Tomás Duraj: Lo primero, he de decir que me honra que Tomás Duraj me considere un personaje de su novela. Si todo está predeterminado bajo la costra del azar, desde el principio, me pregunto si hay alguien que ha escrito todos mis diálogos, y ahora voy a sonar como Don Quijote en lance molinero por su falta de ingenio. ¡Maldita sea! La escritura es sin duda una forma de escapar a la asfixiante opresión de lo material. Cuanto más aprendía sobre medicina y el implacable orden natural, más necesario veía romper esas cadenas dentro del ilusorio mundo de las ideas. Nada de esto existe en realidad, palabras sobre papel (menos, palabras sobre transistores), pero me hace feliz. Y posiblemente habrá algún alma errante, en algún agujero negro de Calcuta, atrapada por una rutina desprovista de propósito, donde cada nuevo amanecer es solo una imitación deforme de un ayer que prefiere no recordar, al que sumirse en la profunda depresión filosófica de un prójimo le resultará una propuesta interesante. Y para eso estamos.
Ya llevas varias obras publicadas. ¿Cómo piensas que ha evolucionado tu estilo desde tu comienzo como escritor?
Violette Szabo: No sabría decir si ese patán ha sido capaz de capturar toda la gloria de mi discurso. Diría que peca de pretencioso y su uso de las subordinadas es algo que raya lo esquizofrénico. Pero iba yo por un mercadillo de Limoges y me lo encontré entre las bagatelas. Y a caballo regalado… Para evitar confusión, y sé que no estamos haciendo una labor particularmente reseñable en este momento, he de decir que ser narradora omnisciente pero completamente impotente es casi tan divertido como ser Dios. Hay algún teólogo frustrado por allí al que esto le sacará una sonrisa.
En relación con la pregunta anterior, en esta novela tu estilo es barroco y metafórico. ¿Por qué has decidido contar así la historia?
Edgar E. Thompson: Dejaría continuar a mi querida Elizabeth, pero creo que es hora de imponer algo de sentido común en esta locura. Yo soy el que reinició el cómputo cuando el universo se congeló (al final, final, final), así que supongo que merezco mis cinco minutos de gloria. ¿Ah, que no he contestado la pregunta? Diría que gran parte de la producción literaria actual es precisamente eso, «producción», más industrial que individual. Y supongo que quería destilar un poco de atipia en una inundación tipificada. «Literatura de autor», lo llaman. Siempre existe el peligro de que nadie entienda de qué diantres estoy hablando, pero en general suele ser «sujeto y predicado». Tampoco es que sea alta filosofía: Nietzsche era peor.
«El primer y osado paso del resbaladizo ascenso hacia lo desconocido». Así denominas a la Escalera Celestial. Cuéntanos, ¿por qué decidiste titular así la obra?
Anemāter: Ah, esa es la gran ironía (una de ellas). Es el puente entre la Tierra y el Cielo, que de tanta «utilidad» le fue a Ya’akov. Una de las cosas que intenté hacerles entender a los humanos que vinieron a Yaunmer para reescribir sus crónicas es que no hay escalera, y no hay cielo. Esta vida es todo lo que hay: un amasijo de células en hermosa simetría, hasta que el desorden impone su voluntad, y bienvenidos a la nada; se está muy bien, no os preocupéis. Y si el ser humano quiere cambiar su naturaleza más profunda, tendrá que reprogramar su biología, algo que suena casi tan apetecible como una colonoscopia sin anestesia general. Y, aun así, vinieron…
James Leonard Morgan es un personaje muy complejo. A medida que avanza la trama, se descubre quién es. ¿Qué destacarías de él? ¿Te resultó difícil construirlo?
James Leonard Morgan: Como dijo Walter Sobchak: «su belleza radica en su sencillez: si fuese demasiado complicado, podría fallar todo». ¡Estoy parafraseando, por supuesto! Darwin me guarde de igualarme al gran Lebowski. Más que un personaje complejo, creo que soy un personaje pasajero y reaccionario. Vine, hice un par de cosas, y abrí una puerta. ¿Qué había detrás de esa puerta? ¡Ah! La respuesta os sorprenderá. La ironía sigue palpable en el ambiente. En mi defensa diré que no tenía otra opción: cada decisión fue simplemente una respuesta electroquímica predeterminada al ambiente, y el ambiente, una cascada de sucesos inevitables. Newton tenía razón. Hay gente que se entrega a la mentira piadosa de la superposición de onda, indeterminismo cuántico, universos paralelos y esa clase de tonterías. Pero también hay gente que se agarra a un clavo ardiendo y, por muchos doctorados que puedan tener, eso no parece una idea demasiado brillante.
El responsable del cautiverio de James es Industrias KreiSter, más concretamente la filial de minería espacial SpaceTech. Esta va en busca de la Piedra Ancestral, el localizador de la clave de toda existencia. ¿Por qué es tan importante para esta mantenerlo prisionero?
Friedrich Johann Feuerbach: Confiar el futuro de la humanidad a una pandilla de sectarios que, literalmente, rinden culto a un ábaco y a una civilización muerta, por muchas fantasías de racionalismo que puedan albergar, no es excesivamente sensato. Lo que buscamos es una jerarquía social clara, funcional, longeva. ¿Que nosotros somos la abeja reina y ellos los obreros bajo el yugo opresor? Ni se os ocurra hablar de Marx: ignorar la naturaleza humana es un error que hemos cometido tantas veces, abuelos, padres e hijos, que cualquiera diría que la impronta debería haberse grabado a fuego en nuestro código genético. Pero no, solo tenemos el apéndice y una amígdala neurótica; con suerte, riesgo de diabetes. Eso es lo mejor que puede hacer la epigenética. Si quieres conseguir algo, debes hacerlo tú mismo. Nuestro plan asegurará que la humanidad pueda reconstruirse a sí misma en paz perpetua, donde todos serán iguales y, por lo tanto, todos serán felices.
El protagonista pertenece a la Hermandad del Antīquus Atomus. Esta se encarga de guardar y proteger este artefacto de malas manos. ¿Qué nos puedes contar de ella?
Aleksandr Nikoláyevich Bálmont: No escuchéis al viejo de Friedrich: es todo mentira, todo publicidad. Nosotros somos de la humilde opinión de que la libertad debe prevalecer ante todas las cosas, aunque nos cueste la vida (dicho y hecho). ¿Es mejor haber amado y perdido, o perdido sin haber amado? La desconexión emocional mitiga el dolor, pero también disipa el valor. Y déjame contarte un pequeño secreto de la cofradía: en el nihilismo más absoluto, el valor siempre es subjetivo. Si crees que la vida tiene valor, tiene valor. Si crees que la vida no tiene valor, no tiene valor. Esta capacidad fue un regalo de los precursores, de la forja evolutiva, y no podemos permitirnos perderla. Por eso luchamos.
Como adelantábamos, la novela se sitúa en el año 2146. Pese al género de la novela, siempre hay algo de realidad en la ficción. Dinos, ¿te imaginas el mundo del futuro como el de tu obra? ¿Qué le deparará al ser humano?
Gabriel ibn Rafîq: Supongo que yo soy el ingeniero, así que tengo que responder la pregunta técnica. Por alguna extraña razón, Violeta insiste en describirme como lacónico. «Creo que los procesadores serán cada vez más pequeños y la falta de sentido vital, cada vez más grande». ¿Qué opinas, Geus?
—66 105 110 103 111 —dijo el androide, en respuesta estandarizada.
—Gracias, Geus. Muy útil.
Y hablando del ser humano, este es el eje del mensaje del libro. La esperanza y la conciencia cobran un sentido esencial para entenderlo. ¿Por qué decidiste otorgarles tanto valor a estas cuestiones? ¿Opinas que este carácter filosófico es la que lo diferencia de otras obras del género?
Tomás Duraj: O eso, o tras despejarse el humo, todo habrá sido un sueño febril infundido de tetrahidrocannabinol.
La obra invita, sobre todo, a reflexionar. ¿Qué querrías que aprendieran los lectores tras la lectura?
Tomás Duraj: En un potaje de lentejas, ¿tiene valor cada lenteja? No sé si hay un mensaje metafísico en el texto, más allá de que somos trozos de carne con fecha de caducidad surcando un universo yermo carente de significado. «Gracias, Tomás, que alegría que pudieses compartir con nosotros esta perspicaz anotación». «De nada, un placer ayudar». Existe hoy una profunda aversión a la falta de comprensión. Yo soy el primero que se deja seducir por esta tendencia: si no puedo encuadrar lo desconocido entre lo conocido, adiós y no gracias. Sin embargo, en todo ejercicio de aprendizaje, debería existir un punto de confusión: si abandonamos todo aquello que no entendemos inmediatamente, solo sabremos lo que entendemos inmediatamente. Me abstendré de generalizar, pero no me parece una aspiración demasiado elevada (y por eso la he convertido en mi mantra vital, no vaya a ser que aprenda algo nuevo y, por ende, tenga que reconocer que estoy equivocado en algo viejo). Luces y sombras. Toda la novela es una oda al absurdo, encapsulada en la ciencia más pura: nadie escapa a la ley natural, aunque todos sueñan con hacerlo. El comienzo es especialmente legendario por su falta de sutileza. Tocar lo divino es acariciar lo que nos hace más humanos: la imperfección, en toda su infinitud (la perfección es concreta y, por tanto, secular). Se puede surcar la ola de la ironía, o puede utilizarse como un pisapapeles. Es una broma para gustos peculiares: quizás no infinita, pero sí celestial (todo lo celestial que puede ser una obra humana, que es la máxima expresión de divinidad terrenal). No sé si esto os aclara algo…
Antes de despedirnos, ¿te gustaría dedicarles unas palabras a los lectores?
Tomás Duraj: Me gustaría agradecer a Tregolam esta ocasión de compartir el secreto de la felicidad con todos los lectores. He viajado incasablemente por el mundo en busca de la crisálida oculta, el resol del misterio insondable, y tras una vida entera conviviendo con sherpas y maestros budistas del Paleártico, se me ha otorgado la revelación final. Sin más dilación, os presento el secreto arcano: mucho después de que el sol se retirara a su lecho, oscureciendo los portones y balcones de La Mancha…
Violette Szabo: Calla, anda. Si quieres vender el libro, tienes que ir al grano (desafortunadamente, desgranar este pienso igual hace tanta gracia como la supuesta sabiduría que acompaña a las muelas del juicio). En realidad, la historia es muy simple: va de un grupo de jóvenes soñadores que quieren cambiar el mundo, luchan con valentía contra obstáculos insalvables, y acaban muertos. Perdón, ¿eso es un spoiler? Todo lo que está vivo acaba muerto: lo que es, es, y lo que debe ser, debe ser. Sé que es un poco incómodo, pero tener presente la propia mortalidad podría ser un motor de motivación inagotable (o, por definición, agotable) para hacer algo de provecho con la vida (o no). Yo no tengo las respuestas, y Tomás tampoco (me atrevería a decir que ni él, ni nadie). Pero si tenéis alguna idea brillante, mi bandeja de correo interdimensional siempre está abierta. Vale, vale, todo eso está muy bien, pero os preguntaréis: ¿consigue por lo menos esta liga de hombres ordinarios cambiar el mundo, después de tanta palabrería? La respuesta está a setecientas páginas de distancia. Yo personalmente me inclinaría por un «no» como una catedral, pero igual os lleváis una grata sorpresa. No prometo nada, solo que os llevaréis a casa mucho texto por poco dinero. ¡Atención, atención! ¡El escritor, ha llegado a su localidad el camión del escritor! Se editan novelas, cuentos, ensayos, discursos, alboradas, haikus y toda clase de historias que tengan en mal estado. No dejen pasar esta oportunidad. Recogemos y entregamos en su propio domicilio…
¡Muchas gracias por atendernos, Tomás! Te deseamos mucha suerte con esta prometedora novela. Escalera Celestial ya disponible en Amazon.
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