¡Bienvenido a Tregolam, R.! Tenemos muchas ganas de hablar contigo sobre tu novela Solo faltan los muertos (editorial Tregolam). En esta obra de misterio Nadia, la amante de Alfonso Egurri, desaparece cuando iba a encontrarse con él en un hotel. Ese mismo día, una mujer aparece muerta en un callejón cercano. Alfonso comenzará a investigar la relación que existe entre ambos casos. Y muy pronto descubrirá que tal vez Nadia no es la mujer que él creía conocer.
Crimen, engaños, amor, amistad y secretos. ¡Este libro lo tiene todo! ¿Tenías clara la idea para la trama de la novela?
Pues sí, acabó teniendo de todo. No era esa la idea original. Y no es que tuviera una idea clara de adónde iría la historia cuando comencé a escribir la novela. Pero sí creía que sería una historia más simple. Escribir, para mí, es un ejercicio de exploración y descubrimiento. No planeo mucho, comienzo con un concepto y lo voy desarrollando cada día. Por ejemplo, una de las cosas que no tenía idea que iban a pasar, habiendo ya escrito buena parte del primer borrador, es el personaje de Paula. Un día estaba escuchando The Blower’s Daughter, de Damien Rice, y el final de la letra me metió en la cabeza que tenía que inventarla y meterla en la historia. En ese momento, la historia cambió radicalmente. Se hizo más compleja. Algo similar pasó con el personaje de Diana y lo que le pasó a Alfonso al final de la segunda parte.
Sin embargo, creo que nunca perdió su sentido original. Y es que esta novela es un derivado de un cuento que escribí en 2003. Estaba en mi primer año del doctorado en sociología en la Universidad de Essex, en Colchester. Había cambiado de proyecto de investigación y supervisor y todo eso me tenía un poco tenso. Llegaron las vacaciones de Semana Santa, con una primavera inusualmente soleada y calurosa en Inglaterra, y, con la universidad vacía, decidí tomarme una pausa del trabajo académico y ponerme a escribir ficción. Así escribí, entre otros, un cuento que llamé Pliegues. Trataba sobre una mujer que deja plantado a su amante al mismo tiempo que matan a una mujer y todo eso que pasa al inicio de la novela. El cuento terminaba con Alfonso huyendo de la casa de Arturo Castro, y ya. Mi idea era que nunca sabría quién era Nadia, ni por qué le mintió, ni nada. Un poco jugar con la posibilidad de que el personaje no pudiera saber nada. Quiero decir, que fuera no solo plausible, sino lógico que no pudiera saberlo. El cuento lo escribí en un café junto a una ventana que daba a un andador muy similar al que describo en la novela. Por eso es probable que así se me ocurriera la idea de la mujer que salió y, segundos más tarde, se perdió para siempre entre la multitud del andador. Unos diez años más tarde me encontré ese cuento, lo leí y pensé: «Esto funcionaría mejor como el primer capítulo de una novela». Pero no la escribí sino hasta varios años más tarde, cuando la idea había madurado y escribirla ya me pareció inevitable. El tema sobre la imposibilidad de saber lo trasladé a otra parte de la vida de Alfonso, a otra relación —mucho más importante que la de Nadia, por cierto.
Solo faltan los muertos es una novela contemporánea de misterio. ¿Te empapaste de otras lecturas para escribirla? ¿Fue complejo el proceso?
La verdad es que no. Es cierto que he leído muchas novelas de misterio y novela negra. Si están bien escritas, me parecen sumamente entretenidas. En Solo faltan los muertos hay un par de capítulos en los que esto se refleja claramente, quizá por ahí va tu pregunta. Pero la verdad es que yo leo obras de ficción literaria y poesía por placer, no leo para escribir. Y leo de todo. Leo mucha ciencia ficción, por ejemplo, pero nunca he escrito ciencia ficción. También veo muchas series de televisión, hoy en día hay muchas excelentes. Además, soy cinéfilo desde los doce años.
Escribo a partir de lo que he vivido, lo que otros me han contado que han vivido y las historias que he leído, escuchado o visto. Y todas, todas, tienen alguna incidencia sobre lo que imagino. Yo creo que eso es lo más fascinante de las historias, nos ayudan a darle forma a nuestro mundo y a habitarlo de una manera particular, personal. Nadie puede resistirse a que le cuenten una buena historia, ya sea un chisme, un microvídeo de TikTok o una novela histórica de 800 páginas.
¿Que si el proceso fue complejo? Lo fue en la medida en que la historia y la trama fueron haciéndose más complejas de lo que había anticipado cuando comencé a escribir la novela. Resolver las incógnitas que yo mismo había planteado me tomó tiempo. Y me equivoqué muchas veces antes de dar con unas soluciones satisfactorias.
Sabemos que antes de este género escribías poemas. ¿Cómo ha sido dar el paso de la poesía a la narrativa? ¿Te ha gustado adentrarte en esta última?
Comencé a escribir poemas desde los doce o trece años. En ese entonces leía mucha poesía y algo de ensayo, pero me costaba mucho terminar una novela. Empezaba a leer muchas novelas, pero casi nunca las terminaba. La primera novela que leí completa fue El hombre que lo tenía todo, todo, todo, de Miguel Angel Asturias. Yo tenía nueve años y me sentí muy orgulloso de haberla terminado. Pero luego vinieron años en los que no terminé de leer ninguna otra. Entonces, escribir una novela, cuando a duras penas lograba leer alguna, me parecía algo fuera de mi alcance. Yo siempre fui muy activo físicamente. Me costaba mucho concentrarme en actividades que no involucraban mi inteligencia kinestésica. Cuando era niño, los cuatro y siete u ocho años, me gustaba contar historias, pero no las escribía. En cambio, me ponía a improvisar historias larguísimas para adultos que cogía desprevenidos en las reuniones de mis padres. Les decía: «¿Quieres que te cuente un chiste?», y, por supuesto, todos decían que sí, bajo su propio riesgo. O me ponía a tocar el órgano en mi casa mientras improvisaba otras, también larguísimas, sobre vaqueros y bomberos. Supongo que eso era más afín con mi hiperactividad. Visto así, podría decir que siempre fui más narrador que poeta.
Un día, por ahí de 1998, un amigo me preguntó si había considerado escribir novela. En ese entonces ya había comenzado a escribir cuentos, pero le dije que no. Me recomendó leer El arte de la novela, de Milan Kundera. Como Kundera era uno de mis autores favoritos, le hice caso. Tras leer ese libro, decidí que tenía que escribir al menos una, tarde o temprano. Escribí mi primera novela en 2002, justo antes de irme a vivir a Inglaterra y enfocarme —a excepción de esas semanas en la primavera de 2003— en otro tipo de escritura. Esa obra no me gustó y hasta terminé por perderla.
Finalmente, hace unos años y tras haber estado alejado de la escritura literaria por varios años, descubrí que escribir poesía me era casi imposible, no sé por qué. En cambio, me hallé con una especie de hambre de escribir historias.
El título de la obra recoge una reflexión muy importante que hace Alfonso, el protagonista. ¿Por qué decidiste nombrar así al libro?
Originalmente, como era de esperarse, se llamaba Pliegues, igual que el cuento del que se derivó. Cuando terminé la última versión de la novela, ese título ya no me gustó. Era demasiado vago, abstracto, poco descriptivo y, encima, poco atractivo. Un día mi hermano me dijo algo sobre Pliegues y yo le informé que ya no se llamaba así. Entonces él comentó: «Ah, ¿no? ¿Cómo se llama ahora, Alfonso y sus mujeres?». «Eeeh, no… Solo faltan los muertos». Creí que tendría que justificar el cambio de nombre, pero en cuanto recordó la reflexión que mencionas, le pareció un título correcto. Así es que lo dejé.
Esa reflexión ocurre en un momento crucial de la novela. Alfonso viene de lidiar con una crisis muy fuerte, su cuerpo le ha fallado durante semanas, su seguridad ontológica ha sido vulnerada, vivió una situación terrible que aún no logra superar. La peor etapa ya ha pasado. Pero esa noche, cuando se encuentra con su pesadilla recurrente representada en su apartamento (o así lo percibe él), experimenta un shock. En ese momento se le vienen todas las ideas, emociones, preocupaciones, temas, en fin, todo lo que ha vivido en los últimos meses. Para mí, la frase «solo faltan los muertos» sintetiza su motivación para hacer todo lo que ha hecho desde que desapareció Nadia. Y yo creo que la novela se sostiene, ante todo, sobre los motivos de Alfonso. De hecho, lo que más me ayudó a escribir (reescribir) la versión final de la novela fue preguntarme: ¿qué quiere, qué busca Alfonso Egurri? Una vez que respondí con claridad a esa pregunta, todo fluyó.
La historia está dividida en tres partes. ¿Por qué optaste por hacer esta división? ¿Te atreverías a definir cada una de ellas con una palabra?
Me atrevo a decir, aunque me equivoque, que enigma, fascinación y renacimiento.
La estructura narrativa en tres actos es la más típica que hay. Eso se debe a que es la que más se ajusta a la mayoría de las historias: planteamiento, desarrollo, resolución. Es relativamente fácil organizar una trama con esa estructura. Aunque suene contradictorio, en el caso de Solo faltan los muertos, las tres partes no corresponden estrictamente a estas partes. De hecho, pude haberla dividido en cinco y eso también hubiera funcionado bien. Pero como la división primaria son los capítulos y hay muchos capítulos breves, preferí simplificar la división secundaria a tres.
Lo que define cada una de las partes es que al inicio ocurre un evento fuerte o muy relevante, y al final hay un evento fuerte o muy relevante.
La música tiene un carácter de especial importancia en la novela. Hay referencias a Massive Attack, UNKLE, Tricky, The Notwist, Björk, Portishead, Radiohead, David Bowie, Pink Floyd y muchos otros. ¿Te exigió la historia incorporarlas a las escenas según las escribías? ¿Te inspiras en la música?
Faltó mencionar a Arctic Monkeys, que es la banda favorita de Alfonso… Yo no concibo la vida sin música. Hay dos cosas de mí que rara vez puedo evitar darles a mis personajes principales: tomar mucho café y escuchar mucha música. En esta novela, sin embargo, esta va más allá. Es un componente fundamental, no solo ayuda a definir al personaje y dar un tono particular a algunas escenas, sino que va marcando el tono de la historia. Alfonso se guía mucho por el olfato prodigioso que tiene, por medio del olfato se conecta con el mundo exterior. Pero la música lo hace conectarse con sus emociones y pensamientos. La música está estrechamente ligada a su vida interior.
La música me ayuda a escribir. A veces me pregunto: esta emoción, estado de ánimo, atmósfera, ¿cómo los puedo plasmar en un pasaje de la narración que tenga total coherencia con la historia? Y a veces lo tengo claro, pero otras veces no. Entonces me pongo a buscar música que me transmita exactamente eso que quiero representar verbalmente. Hay dos o tres escenas muy puntuales en la novela en las que la música es parte de la historia (por ejemplo, Roads y Time Lapse). Cuando las escribí —y también cuando las reescribí y revisé— me puse mis mejores audífonos y lo hice escuchando esas piezas, hasta que me pareció que esas escenas y esa música eran representaciones de un mismo estado emocional, una misma atmósfera. Por cierto, toda la escena de Time Lapse y A Zed and Two Noughts surgió de que escuché la pieza, y me cautivó tanto que me puse a ver la película. Y mientras veía la película, se me ocurrió escribir esa escena, que llevaba tiempo pensando cómo debía ser.
O sea que sí, me inspiro en la música, probablemente más que la literatura o el cine o la televisión. Pero también es una herramienta muy práctica.
Nadia es el eje central entre Alfonso y la incógnita del asesinato del callejón. ¿Encontraste un aliciente en alguna persona para construir el personaje?
Nadia es un personaje muy singular. Es el personaje misterioso y elusivo que, gracias a su ambigüedad, conecta todos los eventos y personajes de la novela. En principio, todo ocurre o se desencadena alrededor de ella. Sin embargo, está desaparecida y no sabemos quién es. Alguien me preguntó hace poco: «Oye, he empezado a leer tu novela. Solo dime una cosa: ¿vamos a saber quién es Nadia?». No voy a decir lo que respondí, pero, para mí, esa pregunta dice mucho de la función que tiene Nadia en la historia. Durante la mayor parte de la novela yo diría que es un personaje «principal pasivo».
Cuando comencé a escribir, lo que más claro tenía era que el personaje debía ser fascinante. Si Nadia —o lo que daba su ausencia para imaginarla— no lo era, no valía la pena contar la historia. Por eso el texto que escribe Alfonso en la comisaría es importantísimo, así como la descripción de ella que le hace a Urquino Sabies («huele a galleta de jengibre», le dice, por ejemplo, ¿quién no va a querer a una mujer que huele así?).
A mí me encantan los personajes femeninos, sobre todo si son complejos y fuertes (me vienen a la mente Kainene en Half of a yellow sun, Rhoda en The waves, Agnes en La inmortalidad, Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera). Con Nadia, en principio, quería escribir a una mujer ausente que fuera misteriosa, ambivalente y ambigua, fría y temperamental, cruel y amorosa, tierna y distante… Luego introduje y desarrollé otros personajes femeninos también complejos y fuertes, pero muy distintos, que participan en la historia de formas muy distintas. Supongo que de ahí la broma de mi hermano con eso de «Alfonso y sus mujeres». Al final, Nadia participa muy poco, pero es ubicua: está en todo, influye en todo. Hacerla real, hacerla presente, hacerle hablar, fue probablemente el mayor reto que tuve al escribir la novela.
Además de todo el misterio, la historia habla sobre las relaciones y las aspiraciones después de los 40 años. ¿Formaba parte de la idea original de la obra? ¿Crees que los lectores podrán sentirse identificados con el protagonista?
No, eso no formaba parte de la idea original. Creo que eso surgió con el problema de justificar que Alfonso no supiera nada sobre Nadia, a pesar de haber mantenido una relación de varios meses con ella. Es decir, al plantearme en qué condiciones se conocieron, de dónde viene Alfonso, en qué etapa de su vida estaba que permitiera que pasara eso, surgió el tema de lo que significa hoy en día ser un soltero de cuarenta años con un vasto historial de relaciones fallidas, un trabajo que hace porque lo ha hecho durante más de quince años, pero ya no lo encuentra enriquecedor… Este tema de las relaciones y aspiraciones después de los cuarenta es sobre la posibilidad de sanar y cambiar el rumbo de nuestra vida cuando ya tenemos mucha carga de experiencias, pero, igualmente, aún nos queda mucho por vivir. De ahí la pregunta que mencioné antes: ¿qué quiere Alfonso, qué busca?
El suicidio es uno de los temas más sensibles del libro. ¿Te ha costado tratarlo e integrarlo en la narración?
No es la primera vez que escribo sobre el suicidio. Incluso escribí poemas violentos que tratan de alguna forma ese tema. El suicidio es un tema muy personal para mí. Alfonso no es depresivo. Me empeñé mucho en que así fuera, en parte para que contrastara con el tema del suicidio que le es tan familiar. Para mí era importante que Alfonso no tuviera la capacidad de comprender lo que es vivir una depresión y cómo esta puede llevar al suicidio. Yo, por otro lado, he lidiado con ella toda mi vida. Sé muy bien lo que es tener pensamientos suicidas. Por eso me resulta fácil escribir al respeto.
El suicidio de Ignacio, además, está basado en una experiencia real. El mejor amigo de mi hermano, que también era mi amigo, se suicidó de un balazo en la cabeza cuando él tenía trece años y yo diez. Cuando me enteré de lo que había pasado, fue algo terrible. Era incapaz de comprender que Eduardo estaba en un hospital viviendo artificialmente sus últimas horas. No dejaba de pensar que recién había estado en su casa toda la tarde dos días atrás y se veía como siempre. Nos divertimos, no podía ubicar ninguna señal de que dos días más tarde haría lo que hizo. Tenía diez años… Hasta la fecha no puedo estar seguro de que fuera un suicidio. Pero él sabía manejar armas, difícilmente se habría disparado en la cabeza con una pistola por accidente.
Entonces, escribir sobre el suicidio de Ignacio fue fácil, y placentero, incluso terapéutico, catártico.
Los padres de Alfonso no son perfectos. Este creció viendo cómo el amor entre ambos desaparecía día tras día hasta el divorcio. ¿Cómo afecta esta relación en el trato con sus parejas?
Yo creo que no mucho. A él lo que lo desestabilizó fue la muerte de su hermano, como a toda la familia. Pero no creo que a Alfonso le importara mucho la relación de sus padres —al menos no da muestras de que así sea. Es la dinámica familiar, que cambió por completo tras la muerte de Ignacio, lo que sí le importó, y la relación de él con su madre y con su padre. A su padre nunca lo quiso mucho, nunca tuvo una relación significativa y afectuosa con él. Por eso, tras la muerte de Ignacio, el distanciamiento con él lo asume como algo asequible, no le afecta demasiado. Con su madre es muy distinto. Con ella tenía una relación muy cercana cuando era niño, la quería muchísimo, pero ese vínculo se rompe cuando muere su hermano. Y Alfonso no sabe por qué, y lo resiente. Y luego se siente francamente traicionado cuando ella se va a vivir con su nuevo marido, al que él desprecia. Eventualmente, es él quien la saca a ella de su vida. Se acostumbró a la fuerza a no tenerla en su vida y ahora no quiere saber nada de ella. De ahí lo de «el reverso del complejo edípico». Esa relación con la madre, cuyo decaimiento él siempre asocia con el suicidio de su hermano, sí influye mucho en sus relaciones de pareja. Esto lo entiende Luis Gómez mejor que nadie.
Solo faltan los muertos no es la primera novela que escribes. Y esperamos que no sea la última. Cuéntanos, ¿estás trabajando en algún nuevo proyecto?
Estoy terminando el que, espero, es el penúltimo borrador de otra novela, La vida en el átomo. Y no cambiará de nombre, ya está registrada y todo. Calculo que estará lista entre marzo y junio de 2023. Después voy a retomar la escritura de otra novela, María cruza la calle, que es mitad autobiografía de un viaje largo que hice a Alaska en 1997 y mitad ficción a partir de algo curioso que pasó en ese viaje. Trataré de tenerla para principios de 2024. Si voy más lejos, después pienso escribir una novela en inglés. Pero de esa solo tengo el título y una idea bosquejada en un par de párrafos.
Hemos llegado al final de la entrevista. Antes de finalizar, ¿te gustaría dedicarles unas palabras a los lectores?
Siempre el agradecimiento a todas aquellas personas que encuentran tiempo para leer. Creo que Solo faltan los muertos es una novela que vale la pena, no la habría hecho pública si no estuviera convencido de eso. Creo que puede entretener, divertir, emocionar, intrigar y hacer reflexionar. Así que espero que encuentre sus lectores y estos estén de acuerdo conmigo.
¡Muchas gracias por atendernos, R.! Deseamos que tu obra tenga una buena acogida. Solo faltan los muertos ya está disponible en librerías.
Disponible en: Casa del Libro, Fnac, Libros.cc, Gonvill Librerías, Amazon, El Corte Inglés, Nextory, Kobo, Agapea, Storytel
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