Dentro del mundo de la corrección profesional de textos es habitual encontrarnos con ciertos malentendidos a la hora de afrontar un encargo, especialmente cuando se trata de una corrección de estilo. Más allá del desconocimiento que muestran ciertos autores, en su mayoría nóveles o amateurs, acerca de dicha labor, también existe una serie de ideas erróneas que crean expectativas casi siempre alejadas de la realidad, las cuales suelen acarrear descontento y decepción.
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Es casi como cuando nos guiamos por la foto de un producto que compramos online y unos días después recibimos en nuestra casa algo que dista un poco (o quizás mucho) de lo que pensábamos. Sí, algo parecido ocurre cuando ese tipo de autores recibe su novela corregida.
En muchos casos, lo primero que experimentan es la preocupación por no saber identificar la corrección de estilo que han contratado. «¿Dónde está la corrección de estilo? ¿Esto era la corrección de estilo? No, a ver, me parece que no la han hecho. Aquí solo han tocado un par de cosas de ortografía y poco más». Se produce, pues, un estado de alarma cargado de preguntas y reproches. Así que acuden al informe de corrección enviado por el corrector e intentan enterarse un poco y deshacerse de la incertidumbre.
Dicho informe contiene un resumen del trabajo realizado por el corrector, pero resulta que les parece insuficiente o, en casos extremos, incomprensible. Para su mala fortuna, no logran establecer una relación evidente entre lo que dice el informe y lo que ellos ven a lo largo del texto.
En este punto, podemos plantearnos una pregunta crucial: ¿Qué es lo que esperaba un autor así? En muchos casos, por inverosímil que parezca, lo que el autor esperaba era ni más ni menos que una reescritura de su texto pensando que además de corrector era copywriter. Sí, no una corrección, sino una reescritura.
Lo preocupante de tal situación radica en no saber determinar la enorme distancia que hay entre lo uno y lo otro, así como en dar por sentado que lo uno puede o debe ser también lo otro. ¿Si pagamos por un kilo de manzanas, por qué deberían darnos un kilo de peras? ¿A cuenta de qué una corrección debe suponer una reescritura?
La respuesta la tenemos en lo mencionado arriba: a cuenta del desconocimiento, de las suposiciones, de las ideas erróneas.
Para contrarrestar un poco este panorama de desinformación, es importante que conozcamos un poco, grosso modo, en qué consiste una corrección ortotipográfica, por un lado, y una corrección de estilo, por el otro. El término «ortotipografía» agrupa dos aspectos: ortografía (conjunto de normas que regulan la correcta escritura de las palabras de una lengua) y tipografía (modo y estilo en el que está impreso un texto).
En lenguaje llano, una corrección ortotipográfica se centrará en determinar la correcta escritura de las palabras (del texto en sí) así como en la presentación de las mismas a través de un texto (diseño y formato). Por la tanto, agrupa desde las erratas por omisión o desconocimiento, la acentuación, la puntuación, el uso de mayúsculas, minúsculas, comillas, paréntesis, guiones, rayas, signos de interrogación y exclamación, etc. hasta el uso de cursivas, negritas, espacios, sangrías, fuentes tipográficas, saltos de página, márgenes, alineación del texto, imágenes, etc.
Si la corrección ortotipográfica se centra en solventar fallos en cuanto a la correcta escritura de las palabras y a la forma en la que están presentadas en un texto, la corrección de estilo se centra en el tipo de palabras (léxico), en la forma en que estas se organizan, relacionan y combinan (gramática) y en si esta forma o disposición de las mismas es la idónea para expresar significados (sintaxis).
Por tanto, los fallos que deberá señalar el corrector van desde las redundancias, las repeticiones, las estructuras complejas, las conjugaciones y tiempos verbales, las concordancias, los plurales, la forma pasiva, el gerundio, las preposiciones y conjunciones hasta los extranjerismos, los barbarismos y las cacofonías.
Como se ve, la labor del corrector aquí será más exhaustiva y cuidadosa, puesto que no sólo se trata de reparar deslices ortográficos o tipográficos sino aplicar todo su conocimiento en establecer que la redacción no presente taras, enredos y sinsentidos que afeen e impidan lo que todo autor pretende: ser leído con placer y/o comunicar eficazmente.
Luego de una corrección ortotipográfica y de estilo el texto no sólo quedará «limpio», como se dice, sino que «habrá mejorado». Y aquí es precisamente donde surge la primera confusión: cuando empleamos el término «mejorar», muchos autores (y no autores) lo asocian automáticamente con una reescritura, porque entienden que una corrección de estilo, además del trabajo ortotipográfico, supone una «salvación» a todos sus problemas de escritura y que, gracias a ella, la calidad de su texto cambiará radicalmente, tanto que no se parezca en absoluto al escrito por ellos mismos.
Supongamos que construimos una casa y al terminarla llamamos a un arquitecto para que le dé un vistazo y nos diga si la ve habitable. Dependiendo del resultado, el arquitecto elaborará un informe detallado y preciso con todos aquellos fallos que considera subsanables. Asimismo, dará alternativas y sugerencias. Lo que en ningún caso hará, si la casa no es habitable, es ponerse el mono de trabajo, echarla abajo y construirla de nuevo.
En resumidas cuentas, el nivel de implicación del corrector en términos de estilo lo determinará la calidad del texto. Si la redacción es aceptable, intervendrá lo justo. Si la redacción es deficiente, intervendrá todo lo que haga falta pero nunca estará obligado a una reescritura del texto o a una mejora del contenido del mismo. Para ello, hay otros servicios, como la reescritura propiamente dicha o el editing.
En conclusión, es importante informarnos lo mejor posible antes de contratar un servicio de corrección profesional y saber que, como autores, debemos ser nosotros los artífices del éxito de nuestros textos y no recargar esa responsabilidad en ninguno de los actores que puedan intervenir en el mismo. El proceso de corrección es fundamental en la creación de un libro en papel o ebook, pero tiene que ser visto como lo que es: una ayuda más.
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